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De idiomas y tarugos – Por Roque Guillén

Los idiomas forman parte de la cultura y la educación. Si no nos preocupamos en aprenderlos, estaremos dejando de lado gran parte de la cultura mundial.

Bien es sabido que, aunque en este país nos hemos espabilado con los idiomas, todavía vamos muy por detrás de casi todos los países europeos de primer nivel.

Es triste que, a estas alturas de la película, vengan cruceros cargados de extranjeros a nuestras Islas, y que el 90% de los comerciantes no sepamos más que ¡hello!, special price, bye bye y burrito guayabero.

El otro día, en una de las famosas tertulias de la barbería, se discutía sobre eso, y uno de los nuestros (don B) soltó la famosa parida que tanto odio: el que quiera hablar conmigo que aprenda mi idioma.

Tras oír semejante burrada, se escuchó desde la calle el silencio de los tertulianos. Como ninguno quiso responder a don B, no me quedó otro remedio que hacer yo el trabajo sucio: don B, si queremos dar un servicio digno a nuestros huéspedes, tenemos que servirles un buen café.

El hombre, que no entendió la metáfora soltó: ¿qué tendrá que ver el café con hablar extranjero?

La verdad es que no se me ocurría la forma de abrir los ojos de don B y, de pronto, se encendió la bombilla: Don B, yo hablo español canario, un poco de inglés, algo de francés, me defiendo en italiano y soy un crack en chino. El otro día vino por aquí una familia de chinos, y el patriarca me preguntó: “¿Fushu shi janain for shu?” A lo que yo le contesté: “Anahai coshon mapui chiji, chiji”. Y fue fantástico. ¿Usted qué entendió? Y don B titubeante dijo: pues eso, que si le cortabas el pelo.

Que si le cortaba el pelo me dijo, y yo pensé que si casi no salimos del “corchón, la esparda y el que te cagas”. ¿Cómo iba el pobre hombre a entender un chino que me había inventado?

En resumidas cuentas, creo que el problema de este país no es no aprender, sino no querer hacerlo.