Escuchaba hace unos dÃas en la radio que la memoria de los seres humano no está preparada para las exigencias que le endosamos hoy en dÃa. A lo largo de miles de años, sin embargo, se ha ido adaptando para ir más allá de la función primigenia que tuvo; esto es, recordar, por ejemplo, el color de un fruto venenoso o distinguir el sonido que precedÃa al ataque de un devorador. Existe una patologÃa que atrofia el sistema selectivo que posee el cerebro para no saturar la memoria y designar aquella información que retiene y cuál no. Quienes padecen esta enfermedad lo pasan fatal ya que recordarlo absolutamente todo puede, incluso, llevar a la demencia. Es como aquel relato del genio Borges, Funes el memorioso que, al margen de la excelencia literaria, describÃa la angustia y dolor de ser capaz de rememorar desde el aliento de un amigo de la infancia al sonido de un sábana al despertar de hacÃa meses. Lo malo no era recordar, sino no poder olvidar.
AquÃ, el problema, es que ni recordamos, ni olvidamos. Vivimos en la sempiterna contradicción de olvidar siempre aquello que no nos interesa (Rajoy olvidó lo que dijo sobre su sueldo y ahora queda como un mentiroso olvidadizo)y recordar lo que sÃ. Es el argumentario del Partido Popular, pero también de la mayorÃa de españolitos ya que, al parecer, nadie votó a los populares, nadie ha cobrado en negro en su vida y, lo que es peor, pocos recuerdan que durante los dÃas de vino y rosas a casi ninguno le preocupaban la ética o la honradez…mientras siguiera la fiesta. Funes morÃa porque era incapaz de olvidar ni un solo recuerdo. España, en cambio, se desangra porque recuerda y olvida desde la hipocresÃa y el interés particular.