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Panes y peces – Cristina García Maffiotte

   

Está muy bien saber cuánto cobra cada político. Está muy bien eso de publicarlo en las páginas web, lanzarlo en forma de comunicados y ruedas de prensa. Sin duda es un síntoma de transparencia. Y también es bueno y necesario que se hagan públicas las declaraciones de la renta.

Cierto es que hasta ahora cada político, al tomar posesión de su cargo, debía presentar, normalmente ante el secretario de la administración de turno, una declaración jurada de activos y bienes patrimoniales. Eso sí, esa declaración, hasta hace bien poquito (y todavía en algunos casos) no era pública. O sea, no servía de nada porque quedaba entre el político y el alto funcionario de turno y que yo sepa no ha habido en la historia de la democracia un funcionario público que, teniendo la tutela de esa información, haya denunciado, ante la fiscalía o el periódico de su pueblo, un incremento patrimonial excesivo o la existencia de una gran diferencia entre lo que el político declaró al entrar y al salir del cargo público.

Así que está muy bien sacar a la luz toda esa pero la verdad es que no creo que sirva para mucho. Porque lo que realmente queremos saber es cómo es posible que con esos ingresos que hasta ahora han declarado haya sido posible ese cambio en el estilo de vida de decenas y decenas de cargos y carguitos públicos. Gente que entró en un ayuntamiento, cabildo o parlamento con un Opel Corsa de segunda mano y salió cuatro u ocho años más tarde conduciendo un BMW deportivo full equip. Porque tú te pones a hacer cuentas y, la verdad, ganando un poco menos (o incluso un poco más que ellos) sigues sin poder llegar a fin de mes.

Cierto es que normalmente en los ingresos que declaran no se suelen incluir cositas sin importancia como el uso del coche oficial, ni el teléfono móvil y su factura, ni los almuerzos (y algunas cenas) de lunes a viernes y algún sábado y domingo o vales para taxis y vuelos. En algunos casos, incluso el Ipad, el ordenador y el ADSL de casa. Pero incluso así. Incluso con eso que se empeñan en llamar el chocolate del loro y que a usted o a mi nos supone normalmente casi el 35% de nuestros gastos (gasolina, comida, desplazamientos, teléfono) sigue sin cuadrar que en solo cuatro u ocho años una persona pueda pasar de tener tan poco a tener tanto.

Así que, si no es mucho pedir sería un detalle que a esa tan vendida Ley de Transparencia se le añadiera un epígrafe a modo de desarrollo reglamentario que incorporara unos talleres informativos; conferencias barrio a barrio en la que nos cuenten cómo han logrado pasar de vivir en casa de sus padres a comprarse dos pisos o un chalet con piscina.

No tanto por dejarlos en evidencia, que también, sino porque si con tan poco logran esos enormes beneficios sería interesante que toda la población tuviera acceso a esa privilegiada información. Los llamaríamos Talleres sobre la Multiplicación de los Panes y los Peces y seguro que, ahora sí, ganaríamos todos.