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Tacones – Por Domingo Negrín Moreno

   

Los zapatos de tacón alto no son para mis pies, sino para el disfrute de los sentidos. He leído que los hombres los usaron mucho antes que ellas. No se inventaron para caminar. Servían para montar a caballo. Ahora, algunos perdemos los estribos por el armonioso andar de una estilosa mujer ataviada con un par de atractivas razones que dejan huella. El melodioso compás del taconeo me levanta el ánimo. Las agujas inyectan serotonina en el sistema nervioso y me subo por las paredes.

En la suela de la elegancia, la comodidad no es el atributo más distinguido. Muchas renuncian a la pasarela porque no soportan las molestias y otras se sacrifican en beneficio de la imagen. La virtud descansa en la cadencia. Combinar acertadamente los tipos de calzado regula el ritmo de los movimientos de las piernas, lo cual estiliza la figura y agudiza el contoneo.

El límite de la estabilidad recomendado está en los siete centímetros de tacón fino. Por encima de ese tope surgen amenazas para la salud, tales como vértigo, sobrecargas en las articulaciones de los dedos, artrosis en las rodillas y desviaciones de la columna. Mitigados esos peligros, unos tacones bien puestos tonifican las pantorrillas, los muslos, las nalgas y los músculos de la pelvis. Son unos sustitutos de altura de los fatigosos ejercicios físicos. “Te ayudan a presumir de abdomen plano y de una cintura perfecta”, verifica la doctora Cerruto, de la Universidad de Verona. “Con los músculos pélvicos más desarrollados, nuestra vida sexual será más gratificante”.

Los zapatos con personalidad desnudan el carácter de quien los luce: los tacones le conceden poder de atracción y elevan su autoestima. Esto me da pie para reafirmar que unas botas de cuero y tacón empinado son marcapasos del encanto. Cuando el objeto de deseo me pisa los talones, me dejo llevar por las emociones. Uno de mis caprichos eróticos confesables es beber champán de un zapato curvo recién descalzado y que su rostro se refleje en las burbujas.