La ley de Transparencia que actualmente zurce el Gobierno autonómico -como la que se tramita actualmente en el Congreso de los Diputados- pretende exigir redundantemente información sobre gastos, inversiones, sueldos y dietas de los polÃticos y administraciones públicas. Ya solo en su propósito este nonato texto legislativo es una patética denuncia de la baja calidad democrática del sistema polÃtico- institucional en Canarias y en España. Pero, tal y como expone Hernández SpÃnola, un tanto gaseosamente, los propósitos de la ley serán incapaces de conseguir un efecto apreciable. La ley de Transparencia, en la calle Teobaldo Power o en la carrera de San Jerónimo, se reduce a una polÃtica gestual que evita el verdadero compromiso que deberÃan adquirir los partidos parlamentarios en la lucha contra la corrupción: un conjunto de reformas legales y reglamentarias que implican un rediseño jurÃdico e institucional para desincentivar el robo, la malversación y el mamoneo; esa concepción encanallada que transforma lo público en el botÃn de guerra de los partidos que alcanzan el Gobierno.
La transparencia informativa es imprescindible, desde luego, pero puede cumplirse de tal manera -ofreciendo la información de manera fragmentaria, confusa y apabullante- que por sà sola deviene escasamente útil. Las cosas serÃan distintas si se redujera al mÃnimo la discrecionalidad de las autoridades polÃticas para tomar decisiones en materia de cambios presupuestarios, contrataciones o planeamiento urbanÃstico, pasando olÃmpicamente por encima, cuando sus vuescencias lo consideran pertinente, de los informes técnicos o los reparos jurÃdicos de los funcionarios competentes. O impidiendo taxativamente todas las prácticas que conducen a la lacra del clientelismo: los puestos de libre designación deberÃan reducirse a la mÃnima expresión en algunas áreas y suprimirse directamente en otras, al margen de la disponibilidad presupuestaria de cada coyuntura económica. Es muy dudoso que la corrupción pueda ser eliminada de un plumazo pasado mañana por la tarde, pero no desaparecerá mágicamente a través de un ejercicio más o menos troquelado de transparencia informativa. El diagnóstico y la eliminación de la corrupción polÃtica exige mucho más y a estas alturas nadie va a resignarse con mucho menos.