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Vicki Penfold – Por Luis Ortega

   

Recuerdo su porte y distinción, su atención deferente y solícita durante un recorrido por Ventana al arte, una propuesta que dio acentos insulares a las corrientes artísticas que, desde el siglo XVI, en el mundo han sido. Compartió entonces impresiones y recuerdos con Ricardo Melchior -a cuya formación y sensibilidad se debió el éxito de la iniciativa- y quien esto escribe, y le debemos sabrosos y oportunos comentarios para situar en las coordenadas justas a los autores que, con ella, llenaron las salas del Auditorio de Tenerife. “Llama de ternura y coraje”, la llamó en un espléndido obituario Eliseo Izquierdo, epígono de un periodismo culto y caballeroso frente a la mala ola, vulgaridad y miseria que invade todos los ámbitos. Y es difícil calificar mejor a la polaca Vicki Penfold (nacida en 1918), que nos trajo sus memorias de África, la tierra donde descubrió el valor de la vida y la libertad, y un modo nuevo de mirar e interpretar la realidad, aprendida en Austria con el gran Oscar Kokoschka. Detrás de la bella dama, que conmovió la vida cultural y social de Tenerife, en los sesenta emergía una existencia meritoria, heroica, con cárcel y campo de prisioneros en su Polonia invadida, huida por los Urales, residencias apacibles o accidentadas en numerosos enclaves asiáticos y africanos, regresos a Europa y estudios -“porque nunca se sabe todo y el mejor estado del hombre es el aprendizaje continuo”, y regresos al Continente Negro, “porque siempre tenemos la pulsión de volver allí donde fuimos felices”. En 1964 descubrió “la isla donde la luz canta” y, durante medio siglo, la tierra apacible y feraz y “la gente cálida y acogedora”, descubrieron a una residente que puso en valor la geografía y sus estados, bajo una jerarquía luminosa que equiparó el paisaje simbólico y la estampa cotidiana elevada, por su talento, a esta categoría. En su casa cómoda y radiante, beneficiaria del sol del valle, alienta un aire nómada, sostenido por reliquias históricas y artísticas, oímos las distintas peripecias de un cuadro, un objeto, un souvenir, un gesto de un pasado sin olvido y sin rencor, porque los bien nacidos cancelan las deudas pretéritas con refinada generosidad y concentran las miradas y los afectos en los signos buenos de lo vivido. Allí, ante una taza de perfumado té, entendí la alegría de su pintura, la quintaesencia de un lugar y un instante que trascienden de sus coordenadas y se incorporan para siempre al ajuar del artista y de su agradecido público.