Compras los periódicos, ensimismado en los titulares que siembran el horizonte del papel de escándalos, acusaciones y broncas; el naufragio del sueño de la democracia que un día nos regalamos. En eso te llama el quiosquero para decirte -“perdone señor”- que te has olvidado de recoger el cambio. Ha decidido no quedarse con un dinero que es tuyo. Te encuentras con un conocido. Se paran, en una esquina, para hablar de lo mal que va todo y esas cosas. Recuerdan a algunos amigos comunes. Y se despiden porque él se va a su casa a hacer el almuerzo. Su mujer trabaja, pero él está en paro y se hace cargo de la cocina. En su casa come diariamente la familia de su hermano, que lleva dos años buscando trabajo inútilmente. Le están echando una mano desde hace meses.
La vida que me encuentro en la calle está llena de gente que está sacando lo mejor de sí mismos. Gente que no parecía heroica pero que hoy se apoyan unos a otros, se dan la mano, se empujan, se alientan y se cuidan. Veo gente que le da a otra frutas, ropa, comida, algún dinero. Gente que es capaz de sobrellevar sus problemas y arrimar el hombro para ayudar a solucionar los de los demás. Siempre tuve muy mala opinión de un país que se emboba con las verdulerías de la telebasura, que se desgañita gritando como poseso por 11 tipos en calzoncillos que ganan millones por darse patadas, que es capaz de encabronarse por todo, protestar por todo y no hacer luego nada de nada. Siempre pensé que la masa es violenta e irracional y por lo tanto odiosa.
Pero cada día que pasa voy descubriendo lo equivocado que estaba con mucha gente. Con jóvenes con los que no comparto lo que dicen pero que me callan con lo que hacen, trabajando por la cara en organizaciones humanitarias, en comedores sociales o en sociedades para la protección de animales. Con personas normales que se quejan de toda esta basura, pero abren las puertas de su casa a su familia y a sus amigos, para compartir lo que aún tienen con los que ya no llegan a fin de mes.
Mientras los que mandan, los que fueron llamados a iluminar y dar ejemplo, se hunden en el pantano de una creciente miseria personal, aquí abajo crece con fuerza la fuerza de la gente sencilla. ¿Quién dice que no hay brotes verdes en este árbol podrido?