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Cajeros – Por José David Santos

   

Lo ocurrido la noche del viernes en los cajeros de CajaCanarias -desde hace tiempo, y ahora de manera operativa y tecnológica, CaixaBank- más allá del cachondeo nacional y las posibles consecuencias económicas para unos y otros, deja entrever muchas consideraciones sobre nuestra sociedad, sus necesidades, prioridades, educación y cultura. Tras la velada de los cajeros locos, una vez pasada la resaca provocada por el maná que surgía de las ranuras de los dispensadores, muchos se están echando las manos a la cabeza al ver reflejado en sus cuentas el saldo negativo que no aparecía nunca en la noche mágica. Dicen que la gente pensaba que estaban regalando el dinero; yo no me creo esa ingenuidad, al menos, del 99% de los que, en masa, se agolpaban, muchos entre risas y fiesta, ante los cajeros durante horas. Puedo entender que algún que otro necesitado viera la luz y sacara ese anticipo que antes se daba y ya no. Pero el perfil de quienes viajaban de cajero en cajero no era ese. Siento generalizar, pero eso de sacar hasta 7.000 euros sin tenerlos, coger un taxi para recorrer la ciudad con la tarjeta en la mano retirando fondos y hacer caso a una red social… no es de tontos, es de listos, de muy listos. De picaresca patria, de decir aquello de “que me quiten lo bailado” y de no comprender que lo que no es tuyo, de verdad, no es tuyo. Eso sí, como los bancos “son unos ladrones”, pues “quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón”.

Son estos argumentos reales, no fruto de la libertad de la crónica de lo sucedido, que el viernes resonaban en Santa Cruz y La Laguna. Ahora comienza el proceso de devolución de ese dinero -si es que no se gastó en la fiebre de nuevos ricos- de probables requerimientos judiciales, de llamadas reclamando las perras, de, en fin, el engorro de ser un moroso si no se despierta del sueño. Porque los cajeros lo que regalaron a muchos no fue dinero, fue una ilusión, una irrealidad, un momento de fantasía -quién no ha soñado con el euromillón-, tal vez una diversión en momentos en que se habla a la ligera de hambrunas y de una crisis que acogota, que mata, que desahucia, que desmorona el futuro de jóvenes, amarga el presente de ancianos y deja en el limbo a toda una generación. Lo ocurrido quizá también deja entrever la desesperación de algunos y la falta de honradez de otros que recogen una cartera perdida del suelo, se quedan con el dinero y tiran el resto a una alcantarilla. Es lo que tenemos; es lo que somos. Y cuanto antes admitamos esa realidad, antes podremos cambiarla. Si es posible.

@DavidSantos74