La muerte de todo lÃder, sea o no este de nuestro agrado, acarrea dolor a aquella parte de su pueblo que, creyendo en sus ideas, lo respaldó con el voto democrático y le dio permanencia en el poder. Pero, paralelamente a ese dolor legÃtimo, aparecen las caras extrañas del tango de DiscepolÃn. Los miserables. Los que encuentran algo que festejar en el fallecimiento de un ser humano.
Y en Venezuela esto ocurre hoy fuera y dentro del Partido Socialista Unido Venezolano (PSUV), creado por el fallecido Hugo Chávez. Los opositores, previendo un triunfo electoral que los devuelva al poder, y dentro del PSUV, por quienes buscan, mientras apuran lágrimas, aprovechar el tirón mediático del lÃder fallecido y mantener asà su actual poder y prebendas.
Hoy, sobre el féretro del lÃder del 55% de los venezolanos, sobrevuelan esos miserables que buscan reemplazarlo. Ninguno podrá. Inclusive, mal que nos pese, a aquellos que -desde el respeto- nunca creÃmos en Chávez, en su revolución bolivariana o en su socialismo del siglo XXI, pues lo cierto es que su carisma personal e influencia sobre la sociedad venezolana, y su presencia -a veces molesta y cuando no ridÃcula- en el contexto diplomático internacional, no podrán ser reemplazados.
Por ningún miserable. Ni los que festejan hoy con champaña desde la oposición, ni con idéntica bebida dentro del PSUV. Con Chávez se va un hombre convulsivo para Venezuela y el continente americano. Y se va el chavismo. Pero también, salvo que el soberano pueblo venezolano disponga lo contrario, se van los miserables que se aferran a su féretro buscando alcanzar el sillón de Simón BolÃvar, con una copa de champaña en la mano. Propios y extraños.
Nunca creà en usted ni en sus ideas, pero, por respeto a su pueblo y familia, descanse en paz señor presidente.
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