A los niños les gusta disfrazarse de Spiderman. Lo tengo comprobado por los hijos de amigos, que prefieren al saltarÃn hombre araña que a otros superhéroes de más enjundia. Batman, por mentar un ejemplo, parece más de la cuerda de los adultos. Tal vez haya contribuido a ello el director de cine británico Christopher Nolan y su visión más oscura de un personaje ya de por sà bastante sombrÃo. A los talluditos también nos pone mucho los disfraces religiosos; en concreto los de confesión católica, que nos queda más cerca, sea de cura, monja o de más elevadas dignidades eclesiásticas. Y digo esto porque esta semana de duelo chavista hemos asistido a la sublimación y a la reivindicación del disfraz como elemento de camuflaje torticero de la realidad, bien para ejercer de singular justiciero o para intentar colarse no a una fiesta con Coca-Cola para todos y algo de comer, sino a una reunión de altÃsimo nivel. En el primer caso, un tipo ataviado con los ropajes de Batman -en su versión más pretérita; es decir, la serie televisiva de los años 60- entregó a la policÃa en la localidad inglesa de Bradford a un fugitivo de la justicia, acusado de delitos de fraude y manipulación de objetos robados. El particular hombre murciélago no estaba tan cachas como se le supone a un héroe de tal guisa; todo lo contrario, lucÃa, a tenor de las cámaras policiales que lo grabaron, una auténtica barriga cervecera, dándole un toque kitsch al asunto, que no impide que los delincuentes del lugar estén acongojados por semejante vecino. El otro personaje de este súbito poscarnaval en plena cuaresma es fruto del fracaso de su propio disfraz. Se trata del falso cardenal que quiso entrar en el primer encuentro preparatorio para el cónclave que elegirá al nuevo papa. El Ãnclito individuo, un australiano de nombre Ralph Napierski, pudo haberse sentado entre tanto purpurado y enterarse de lo que se cuece en la cocina del Vaticano -que no es poco- y tener entre sus manos una verdadera exclusiva. Pero Napierski, que tiene la pinta de estar más pa’ llá que pa’ cá -se ufana de haber creado un sistema que permite a las personas controlar ordenadores y demás aparatos con el poder de la mente-, se puso una sotana demasiado corta, una bufanda en lugar de un fajÃn, unos tenis de color negro, un anillo de bisuterÃa barata y un crucifijo más grande de lo habitual; y claro, lo cogieron en plena faena… El disfraz nos oculta de lo que somos o nos invita a imaginar lo que queremos ser; en cualquier caso, visto lo visto, mejor quedarnos como estamos…