Foto de 1890 cedida por la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía de Canarias (FEDAC)
AGUSTÍN M. GONZÁLEZ | Santa Cruz de Tenerife
Uno de los pocos testimonios materiales del siglo XVIII que perdura en Santa Cruz es la fuente de la Pila, actualmente emplazada en un extremo de la plaza de La Candelaria, a la que originariamente dio nombre. Esta fuente, con 300 años de antigüedad, fue el primer elemento de ornato urbano de la capital tinerfeña. La popular Pila es, por tanto, uno de los vestigios más antiguos que conserva Santa Cruz y, en opinión del cronista oficial de la ciudad, Luis Cola Benítez, tal es su importancia y su deficiente conservación, que sería recomendable hacer una réplica y guardar el original a buen recaudo; por ejemplo, en el Museo Municipal de Bellas Artes.
Según recoge la Tertulia Amigos del 25 de Julio en una de sus publicaciones divulgativas de la historia local, a principios del siglo XVIII, Santa Cruz era un pequeño pueblo de unos 2.200 habitantes, que sólo contaban con la poca agua que corría por los barrancos, la que se extraía en las norias -calle a la que dieron nombre- y la de los pozos o aljibes de las huertas o patios de las casas cuyos propietarios podían permitirse este lujo. Cuando en 1706, el capitán general Agustín de Robles hizo traer el agua desde los nacientes de Anaga hasta la plaza del Castillo, instaló en su centro una fuente pública o pila para que los santacruceros pudieran suministrarse de agua potable en cualquier época del año. Aquel lugar pasó a conocerse como plaza de la Pila. El agua llegaba a través de 12 kilómetros de rudimentarios canales de madera, elevados del terreno sobre palos para evitar que el ganado abrevase en ellos.
La pila, de sencilla construcción y realizada en piedra volcánica (basalto traído, al parecer, de Gran Canaria), tenía en su centro y en alto, un surtidor por el que salía el agua que caía en la copa, de donde a su vez rebosaba por las bocas de seis mascarones, a modo de gárgolas muy poco resaltadas, hasta un pequeño estanque o pileta circular, en cuyo centro se alzaba el conjunto. En 1802, sin que se sepan las causas, la pila se cayó al suelo y se rompió, quedando inutilizada. La piedra para recomponerla se trajo de una cantera de Pedro Álvarez, en Tegueste, y las piezas se unieron con pernos de metal.
Cuentan los cronistas que “en 1813, cuando el Ayuntamiento dispuso de su primera Casa Consistorial, frente a la plaza de la Pila, para evitar el bochornoso espectáculo, discusiones y peleas que diariamente ofrecían frente al Ayuntamiento las aguadoras, los acemileros, los soldados y la chiquillería, consideraron oportuno trasladar la centenaria Pila a la huerta del Castillo de San Cristóbal, y colocarla junto al muro que daba al mar, con el fin de suministrar la aguada a los buques, surtir al aljibe del castillo, regar la Alameda del Muelle y que los vecinos también la pudieran usar”.
En 1844, al empezar a funcionar la fuente de Isabel II, la Pila se desmontó y se guardó en un solar municipal. A fines del siglo XIX, Anselmo J. Benítez la rescató del olvido y solicitó al Ayuntamiento que se la cediera para entronizarla en los jardines de su Hotel Villa Benítez, después de repararla. Con la remodelación de la plaza de la Candelaria, en 1986, los herederos de Benítez la devolvieron a la ciudad para que retornara a la plaza a la que dio su nombre. Y ahí está hoy.