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Seducción – Por Domingo Negrín Moreno

   

No soy un ligón ni acostumbro a pedir citas amorosas. Sí me apasionan los juegos de seducción, en el sentido de persuadir suavemente y embargar o cautivar el ánimo. Admito que tengo un lado travieso, pero no perverso, y acepto lo de “provocador” como un piropo.

Mis dotes datan de la infancia. De pequeño me encaramaba a los árboles para estar a la altura de mis aspiraciones. Ahora sacudo las ramas para que la fruta de la pasión caiga sobre una sábana de seda tendida en un colchón de látex con almohada perfumada.

En el ciberespacio abundan los sitios dedicados a impartir clases de cortejo y a extender diplomas de estrategia en conquistas personales. Hay escuelas virtuales que enuncian técnicas para sacarle rendimiento a la atracción. Tanta teoría cansa y me abruma. Mi táctica se fundamenta en el estudio del comportamiento del sexo opuesto y en favorecer el consenso. Es un método natural basado en el contacto emocional y el poder mental.

Para que la práctica de la comunicación sea efectiva, debemos aprender a interpretar las señales del lenguaje corporal. En este placentero quehacer, la expresión no verbal habla por sí sola y transmite detalles codificados de la voluntad. La intuición explora el temperamento y la prudencia es una póliza de seguro contra los desatinos.

Una vez casi causo un accidente cuando una conductora -la única ocupante del coche- soltó las manos del volante para acariciarse el pelo mientras me miraba. Otra estuvo a un tris de estamparse contra un semáforo por distraerse conmigo. No conocía a ninguna.

Como reacción inconsciente al descubrir que son observadas, agachan la cabeza en dirección al escote. Sonreír furtivamente, humedecer los labios, tensar los lóbulos, morderse las uñas y agitar la cabellera son signos de coquetería femenina o nerviosismo. Lo de tocarse la nuca es definitivo. Y no sigo, porque sé guardar los secretos.