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Arico, el pueblo llamado de los 36 barrancos, y de los “hombres valientes”

IGLESIA DE ARICO PRINCIPIOS SIGLO XX
Vista de la iglesia de Arico, a principios del siglo XX. / FOTO CEDIDA POR LA FEDAC (AUTOR DESCONOCIDO)

AGUSTÍN M. GONZÁLEZ | Santa Cruz de Tenerife

Arico es uno de esos discretos pueblos de la isla profunda, seco, desconocido, salpicado de volcanes y de tabaibas, alejado de la capital y de los principales núcleos de la actividad turística. Alejado hasta de la autopista, que hace 40 años rescató del subdesarrollo a la comarca sureña. Por eso muchos solo lo conocen hoy en día por algo tan poco decoroso como ser el emplazamiento actual del vertedero insular. Pero este es un pueblo más grande de lo que parece.

En realidad, Arico es en extensión el segundo término municipal de la Isla de Tenerife, con 167 kilómetros cuadrados, solo superado por La Orotava. Pero también es un pueblo grande en historia y en tradición. Nació unido a Vilaflor de Chasna, hasta que en 1639 se independizó depués de lograr sus vecinos contar con una parroquia propia, que fue la ermita de San Juan Bautista, en el Lomo de Arico. El núcleo empezó a crecer lentamente con el auge de la cochinilla y el vino, aunque siempre fue un pueblo disperso, de minúsculos caseríos desperdigados desde el mar hasta la cumbre. En 1722 absorbió a la vecina Fasnia, que casi un siglo después se segregó, en 1812. Y en 1916 recibió el título de villa.

Por su abrupta orografía el obispo Pedro Dávila lo definió en 1739 como “un lugar de 36 barrancos”. Destacan el de Madre del Agua, y el barranco del Río, que sirve de frontera con el municipio limítrofe de Granadilla de Abona. La carencia de agua, la zahorra, la agricultura, la ganadería, la emigración primero a Cuba y luego a Venezuela y el despoblamiento han marcado el devenir de este pueblo que llegó a tener, incluso, un puerto -o más bien un embarcadero- en La Caleta, en El Porís, y que ha sido famoso por su cerámica y por sus quesos. Pero, también, por sus hombres valientes.

Juan Francisco Delgado Gómez, en su libro Canarias, viaje a lo desconocido, recoge la leyenda de la Piedra de los Valientes que existe en los altos del municipio de Arico, junto al denominado camino de La Cumbre, que fue en otros tiempos lugar concurrido de paso de mercancías. Según cuenta la tradición y recoge Fray Alonso de Espinosa, esta Piedra de Los Valientes fue utilizada desde la época guanche. En realidad, existen en este paraje tres piedras especiales, de las que dos eran usadas por los levantadores para el pulseo previo, antes de llegar a la mayor, que pesa aproximadamente 152 kilos. Aquí se realizaban competiciones de levantamiento, que fueron contrastadas con la información oral ofrecida por el último valiente de Arico, Alfonso Morales (La Degollada).

Fray Alonso de Espinosa escribió en el siglo XVI al respecto: “Una piedra guijarro está en esta Isla, en el término de Arico, maciza, mayor que una grande perulera, la cual vide yo y es común platica entre los naturales que con aquella piedra iban sus antepasados a probar sus fuerzas, y que la levantaban con las manos y la echaban sobre la cabeza a las espaldas con facilidad; y ahora no hay hombre, por membrudo que sea, que la pueda levantar ni dar viento”.

Ya no hay levantadores en Arico. Solo queda la piedra para recordar sus historias.