X
en la frontera>

Crecimiento infinito – Por Jaime Rodríguez-Arana*

   

De un tiempo a esta parte, el eslogan del crecimiento exponencial, del crecimiento por el crecimiento, forma parte, y de qué manera, de las máximas que debe seguir cualquier empresario que se precie. El crecimiento como fin, lo estamos observando a diario, es una de las causas de los disparates y dislates que caracterizan una crisis moral que sacude la vida económico-financiera y política hasta decir basta. En efecto, cuándo el crecimiento es el único sentido de las empresas, entonces, junto a la progresiva deshumanización, aparece en estado puro la potencia de la codicia, de letales consecuencias como estando viendo. En este marco, aparecen esos desproporcionados bonus y salarios, la idea de la maximización del beneficio en el más breve plazo de tiempo posible, la consideración de los empleados como objetos de usar y tirar, el trabajo infantil o esa práctica de vaciar empresas sin responsabilidad alguna. No hay mal que por bien no venga, reza el viejo dicho castellano. Y es verdad.

Christian Felber, profesor austríaco de economía, patrocina desde no hace mucho una teoría denominada economía del bien común que, sin ser original porque a estas alturas ya no hay nada nuevo bajo el sol, tiene la virtualidad de colocar en el centro de la empresa al ser humano y sus derechos fundamentales. Algo que ciertamente merece una grata bienvenida pues lo que a diario nos muestran los medios de comunicación se parece más a una selva en la que solo los más fuertes depredadores son los que salen adelante a base de comerse a los animales más chicos, uno detrás de otro. En este marco Felber plantea que el balance en sentido tradicional deje de ser el único criterio de evaluación de la actividad empresarial de manera que otros aspectos que hacen al llamado factor humano obren especial relevancia. En el mismo sentido, los datos macroeconómicos han de abrirse a dimensiones más sociales. En modo alguno se trata de que la empresa deje de serlo y se convierta en una ONG. De ninguna manera, la economía del bien común lo que plantea es precisamente que la empresa, sin dejar de ser lo que es, sea capaz de integrar otros factores, otras realidades como pueden ser el comercio justo, el medio ambiente, la dignidad de los salarios. En este sentido, Felber recuerda que competir, según la etimología (“com-petere”), significa buscar juntos. Trabajar juntos, cooperar se podría decir. Sin embargo, hoy en día cuándo nos referimos a competir parece que queremos aludir a duros combates en los que para alcanzar la victoria poco menos hay que hacer lo que sea para conseguirlo.