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La cueva de Los Ángeles, donde El Sauzal guarda sus más viejas leyendas

   

CASCO DE EL SAUZAL, A MEDIADOS DEL SIGLO XX

Casco de El Sauzal, a mediados del siglo XX. / Cedida por el Archivo Histórico del Ayuntamiento de El Sauzal (autor desconocido)

A. M. GONZÁLEZ | Santa Cruz de Tenerife

Lo que hoy conocemos por El Sauzal, y que se denominó así desde antiguo por los numerosos sauces que lo poblaban, fue un importante enclave en el Tenerife prehispánico, según las investigaciones realizadas por el fundador del Museo Arqueológico de Tenerife, Luis Diego Cuscoy. Las zonas costeras de El Sauzal, beneficiadas con uno de los mejores climas de la Isla y abundantes recursos naturales, como manantiales de agua, fue uno de los principales lugares elegidos por los guanches para su asentamiento. Así lo demuestran las doce cuevas de habitación halladas hasta ahora por los arqueólogos en este término municipal. En su interior se encontraron fragmentos cerámicos, decorados, lanzas largas, tabonas y esferoides de piedra. Una vez conquistada la Isla, el Adelantado Alonso Fernández de Lugo estableció en El Sauzal el lugar de residencia de su familia, tras efectuar el consecuente reparto de tierras entre sus capitanes. Así de la mano de Fernández de Lugo se fundó en 1505 la ermita de Nuestra Señora de Los Ángeles.

Muy cerca de ese emblemático e histórico lugar se encuentra la cueva de los Viejos, como tradicionalmente es llamada por las personas más antiguas del municipio, aunque por su situación también se la conoce como cueva de Los Ángeles. Está en uno de los acantilados más atractivos de la costa norte, a unos 150 metros sobre el nivel del mar, con una profundidad de 30 metros y al borde de la intersección de las urbanizaciones de Los Ángeles y La Primavera, desde donde se vislumbra la inmensidad del Atlántico, a la altura de la bahía de Los Parrales. Esta cueva natural, llena de historia, magia y encanto, citada por escritores, como Luis Ortega Abraham, en múltiples libros, formó parte del hogar y refugio de los aborígenes guanches, de los cuales se hallaron restos arqueológicos hoy depositados en el Museo de la Naturaleza y el Hombre. De origen volcánico, era mas profunda pero por motivo de los desprendimientos quedó reducida. Después de la Matanza de Acentejo la curva se usó para el encierro de unos treinta peninsulares que los guanches tomaron como prisioneros. Algunos meses mas tarde, aprovechando una tarde de niebla oscura, los cautivos escaparon por vía marítima a través de la península de El Puertito.

Posteriormente, la finca perteneció al parecer a la familia Ascanio Monteverde, y a finales del siglo XIX fue comprada por un matrimonio belga. Fue este matrimonio, de personas mayores, el que construyó las estatuas de los viejos con una cruz en el medio, en honor y símbolo a su devoción cristiana y a las figuras físicas de ambos. Aún se conservan, aunque no en muy buen estado. Las versiones populares recuerdan que fue un lugar de visita muy frecuente y de excursiones organizadas desde las antiguas escuelas de El Sauzal, como salidas con carácter de ocio y tiempo libre. Debido a la belleza y singularidad del paraje, se han rodado varias películas en esta famosa cueva que, a pesar del tiempo, conserva la atmósfera misteriosa de un lugar especial que guarda en silencio los recuerdos y las más antiguas leyendas sauzaleras.