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Domingo Romero: “El Palmar era la gran despensa de Buenavista”

   

NORBERTO CHIJEB | Buenavista del Norte

Domingo Romero es mantenedor de tradiciones en Buenavista del Norte. | DA

Domingo Romero es mantenedor de tradiciones en Buenavista del Norte. | DA

Ahora, en estos días, anda un poco pachucho, pero que nadie lo dude, pronto le volveremos a ver en su Palmar del alma, en lo alto de Buenavista del Norte, pegando envites, repicando campanas o tallando madera.

Domingo Romero González (Buenavista, 14 de febrero de 1936) es el principal manantial oral de El Palmar, el barrio donde nació y donde sigue viviendo justo al lado de un molino de gofio, como el que tuvo su abuelo en los primeros años de la posguerra. “Nadie duda que nuestra generación pudo crecer gracias al gofio” porque “en los años cuarenta todo estaba racionado, el aceite, el pan, la azúcar”, recuerda.

Aprendió en la escuela del barrio “las cuatro reglas y el abecedario” y a los 15 años se fue con su padre, que era medianero de Luis Benítez de Lugo y de Luis de Osuna, a trabajar la tierra. “Apenas sacábamos para vivir, trabajando de cuatro de la mañana a ocho de la tarde”. Allí aprendió la dureza del terreno, “lleno de piedras” -por algo se llama Los Pedregales el parque del barrio-, y sobre todo comenzó a trabajar la madera siguiendo las enseñanzas de su padre, un extraordinario artesano. “Me enseñó a hacer los utensilios de labranza, sobre todo yuntas, porque por las piedras se partían muy pronto. Nunca cobramos una peseta por ellas, porque casi todo era trueque”.

Poco antes de casarse con Sinda (1960), Domingo se hizo famoso en el pueblo como bailarín de las libreas, una de las tradiciones más antiguas de Tenerife y sobre todo como repicador de campanas en la iglesia de la Consolación. “En 1958 comencé a subirme al campanario y siempre una semana antes de las fiestas de septiembre, a las seis de la mañana y a las siete de la tarde, tocaba el repique de campanas con tres tonos, el tajaraste, el tango herreño y el corrido”, una de las muchas tradiciones que hoy se mantienen en El Palmar.

De igual manera, Domingo Romero, para recordar aquellos tiempos de duro trabajo en el campo, mantiene cada año la tradición de la trilla tradicional con vacas, algo en desuso porque “ya no se siembra nada”, cuando hasta no hace mucho “El Palmar era la despensa de Buenavista con trigo, papas, garbanzas, lentejas, millo o azafrán”.

Hoy, mientras espera que alguien le compre la finca que ya no puede atender, en donde hasta hace poco plantaba papas y mantenía algunos animales, Domingo Romero se entretiene manteniendo vivas las tradiciones de un pueblo que le adora y con el que le gusta conversar mientras baja la bruma del monte y se posa cual sombrero entre Las Portelas y El Palmar, a la sombra del Baracán.

Igual te hace unas tijeras para coger higos picos que una chácara, pero si te descuidas también te puede cortar el pelo, porque también fue el peluquero y barbero de El Palmar durante mucho tiempo. Como también fue el guardián del Monte del Agua, una de las reliquias de laurisilva de la isla de Tenerife, que conoce palmo a palmo, y al que muchas veces regresa como guía para aquellos que quieren conocer los muchos misterios que guarda en su seno el pulmón de la Isla Baja.

Es Domingo Romero lo que se dice, sin miedo a equivocarnos, un todoterreno, un personaje propio de otras épocas. De esas que él trata de almacenar en su prodigiosa memoria para que no se pierdan nuestras tradiciones más ancestrales, esas que ahora quiere inculcarle a su nieto más pequeño que lleva su mismo nombre.