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Intervenciones discutibles – Por Luis Alemany

El litigio entre el Gobierno Autónomo de Canarias y la Fundación de la ya extinta CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife, acerca de la intervención de aquél en esta, nos remite al conflicto básico de la sociedad occidental, desde la aparición del pensamiento marxista: el mayor o menor enfrentamiento entre el Poder Político y el Capital Privado, que ha constituido -en última instancia- la causa de la explosión de esta llamada crisis económica, en la que parece ser que nos encontramos, y de la cual pudiera considerarse consecuencia (más o menos remota: o no tan remota) tal litigio; por más que no deja de resultar curioso que este se produzca ahora, con mayor virulencia que nunca, precisamente en el momento en que la Caja ha dejado de existir como entidad económica al carecer (al menos teóricamente) de capacidad crematística que pudiera ser cuestionada -desde cualquier perspectiva- por la Presidencia del Gobierno Autónomo.

De todos es sabido que el poder político y el dinero han sido (desde tiempo inmemorial) imprescindibles compañeros de viaje, en cuyo largo trayecto -institucionalizado en el Renacimiento europeo- se consolida una sólida estructura capitalista que ha determinado los evolutivos avatares de la Historia, como la realidad circundante nos está confirmando en la crítica actualidad inmediata, heredera de otras realidades históricas previas: no deberíamos olvidar -a este respecto- que la Grandeza Imperial de la España de Carlos I en el siglo XVI solo fue posible merced a los créditos de los banqueros alemanes Fugger, y algunos otros más; de tal manera que (según explica el economista Ramón Carande de Ríos en su libro Carlos V y sus banqueros) el producto interior bruto anual del país no llegaba siquiera para amortizar los intereses de aquellos préstamos, ni tampoco deberíamos olvidar que la Guerra Civil Española del pasado siglo la pagó prioritariamente Juan March.

Posiblemente esta cuestionada intervención gubernamental en la Fundación de la Caja nos remite (aunque sea un poco a toro pasado) al imprescindible equilibrio entre dos entidades, cuyas relaciones determinan el espectro político de cada país; de tal manera que la democracia solo podrá existir mientras el Capital privado pueda dialogar libremente con el Poder, con mayores o menores desencuentros, porque cuando este se apodere totalmente de aquél, surge inevitablemente la dictadura que determina -desde una u otra ideología- el destino político de un dinero que ya ha adquirido color obligadamente.