Hace ya más de medio año, de vuelta de una incursión gastronómica al norte de nuestra isla, circulando por la autopista fijé la vista en esa ladera colonizada para siempre de sentimientos, ideas y expresiones gracias a un autor anónimo que la decora cada semana. La reflexión tomaba cuerpo en las siguientes palabras: “Aunque no estés… estás”.
Me sorprendí mirando por el retrovisor de mi vehículo pero sin atisbar otros coches, carriles, señales… y me adentré en recuerdos sobre dos personas con las que ya no puedo compartir risas, ni penas, ni proyectos, ni futuro. Dos amigos, dos periodistas, dos seres que en distintas épocas de mi vida me ayudaron; uno a descubrir el camino y el otro a recuperar la ilusión por este oficio. En unos pocos años la carretera segó sus vidas y un poco las de todos aquellos que tuvimos la oportunidad de conocerlos y disfrutarlos.
Creo que Miguel Ángel García Jorge y Cosme Orta Galindo no se conocieron nunca. El primero despertó en mí la pasión por contar historias, por paladear esa verdad utópica con la que soñamos los periodistas aprendices y me guió durante buena parte del camino, hasta que se fue. El segundo apareció en el instante adecuado y desde su juventud, su honestidad y su visión del micromundo insular hizo reverdecer las ganas y la idea de que con nuestro trabajo, si lo hacíamos bien, podíamos limar las injusticias.
Reformulando una frase de Gabriel García Márquez mantengo que la muerte no llega con la vejez o el paso del tiempo; la muerte desembarca en nuestra vida de manos del olvido. Por eso, porque no los olvido, ustedes siempre serán parte de nuestras vidas… “Aunque no estén… están”.