Sigo pensando en la perreta que le ha dado al señor ministro con el asunto. La diputada segoviana del PePé, la señora Escudero, no entendía que el Congreso se preocupara por el sufrimiento de los embriones de cefalópodos, como los pulpos, y de mamíferos, como las vacas y los caballos, y no por los nasciturus de Alberto. No los de su estirpe, propiamente dicho, me refiero, entiéndaseme, a los que tanto le preocupan. Este exmoderno debe vivir en un sinvivir impío. No sé si sueña con óvulos y espermatozoides voladores, con onanistas libertarios o con silicios descarnantes. Lo cierto es que estoy convencido de que este es un capítulo reglado, y en un altísimo porcentaje superado por la sociedad española que con toda seguridad es consciente de que existen cuestiones que se resuelven y viven en el espacio de lo individual o de la pareja, en su caso, sin por ello atacar ni poner en crisis el lugar colectivo, por más que le pese al actual ministro de la pudenda.
Para no disgustar a mi amiga María, voy a cambiar de registro y les voy a exponer una idea que me acompaña últimamente por estos lares que nos acogen. Nuestra isla tiene que reconsiderar algunos de sus estímulos y poner en orden sus tierras. Me explico, la ciudadanía, entre la que me encuentro, espera de sus gobernantes y funcionarios una actitud más animosa y acorde con los nuevos tiempos ¿Qué esperamos?, es sencillo. Como nos hizo saber Francisco Longo en un texto exquisito al que tituló Menos de lo mismo no es reformar la administración, hace falta un nuevo diseño institucional, innovación normativa, incentivos y una nueva mejora de capacidades. Espero de nuestros políticos que intenten entenderse, desde el respeto a las posiciones ideológicas, o lo que es lo mismo, que pacten con urgencia todos aquellos asuntos vitales para la ciudadanía. Por ejemplo, en este país no podemos cambiar el sistema educativo con cada gobierno. Sería más lógico, y, con toda seguridad eficaz, que los que saben formaran una comisión de trabajo urgente que diera como resultado una educación duradera en cuanto a su organización y titulación. Resulta paradójico que el hermano del ministro Wert, Juan Pablo Wert, se manifieste contra los designios de su consanguíneo, y le recuerde que a su parecer: “No se elige a los mejores y además se termina formando un sistema clientelar que garantiza la sumisión del profesorado, pero no su calidad”. Un ejemplo de miles.