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Filibusteros de Bruselas – Por Juan Manuel Bethencourt

   

La carta de la Comisión Europea en la que advierte a Andalucía sobre los efectos de su reciente decreto -ley que permite la expropiación en uso de viviendas propiedad de los bancos llegará o no a algo, pero se trata en cualquier caso de un pésimo síntoma, que debería avergonzar a su firmante. Esta medida, que Canarias aplicará vía tramitación legislativa, es ni más ni menos que un ejercicio de intervención pública en un asunto socialmente tan sensible como los desahucios de aquellos ciudadanos que, incapaces de afrontar sus deudas hipotecarias por culpa de la crisis económica, se han convertido en las víctimas principales del colapso del mercado inmobiliario. Por supuesto que no todos los bancos (ni sus directivos) son malvados sedientos de despojos. Claro que la adquisición de un inmueble conlleva responsabilidades personales que en numerosos casos conducen al exceso o al riesgo aventurero de los propios compradores (y, claro está, de quienes prestaron el dinero y ahora quieren recuperarlo). Pero estamos en una crisis económica de caballo, en la que miles de ciudadanos simplemente ya no son capaces de hacer frente a los pagos, porque les bajaron el salario, porque perdieron su empleo, porque esta depresión financiera se ha trasladado a la economía real y son ciudadanos reales quienes la sufren con toda su intensidad. De modo que, ubicados en este contexto, es importante que los poderes públicos se mojen, por las vías legales si es preciso, como han hecho en este asunto las comunidades de Andalucía y Canarias. Lo que viene a decir Europa, el Ejecutivo comunitario, es que le importa más la jerarquía de las finanzas que la situación de los ciudadanos, que las reglas del memorándum por el cual España recibe miles de millones para sanear sus bancos son intocables, que no hay otra prioridad en el horizonte, obviando de paso que no son los bancos españoles, sino los españoles en su conjunto, quienes vamos a pagar la factura global del rescate financiero. Tiene razón Griñán al afirmar que esta Europa tiene poco que decir y sirve para muy poco cuando se produce una inversión tan radical de las prioridades. Una Unión Europea limitada a la condición de testaferro del capital financiero globalizado tiene, en efecto, muy poco futuro. Y lo que viene como alternativa, el radicalismo populista, el egoísmo exacerbado, es aún mucho peor, de modo que ya pueden los señores de la Comisión ir moderando su discurso. Se les verá el plumero un poco menos.

@JMBethencourt