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Mundos para lelos – Por César Martín

   

No vivimos la misma vida unos que otros, y no hace falta ser un sabio para darnos cuenta de este detalle, eso está claro. Pero cuando se va destapando la caja de los truenos y se conocen las realidades, uno vuelve a reafirmarse en la misma idea. Atónito contemplo las opulentas vidas de los que más tienen, ahora destapadas detrás de juicios más cerca de la pantomima que del derecho. ¡Tanto escándalo y tan poco escarnio! Descubro así cómo determinados sujetos cobraban solo en gastos de representación, casi el triple del salario mínimo de cualquier español de a pie. Y detrás de las palabras “gastos de representación”, uno descubre la ilusión, la fantasmagoría. Porque las palabras también sirven para eso, para esconder indecencias cuando se quiere. Este dinero era y es la tapadera perfecta para darse la vida padre y así viajar en primera, comer con servilleta y mantel de tela, dormir en cinco estrellas, pagar el sastre y agasajar con algún que otro capricho al colega de turno. No son excentricidades ni esnobismos, que tienen que cuidar su imagen y eso cuesta una pasta. ¡Oiga! No se confunda, que no es B aunque venga en sobre, que es legal y está bien declarado ante la administración. Anote, por si no lo había tenido en cuenta, que este dinero fácil no constituye salario, que eso va aparte. Y hay más, porque también tienen otras palabras perniciosas con las que continúan enredándonos: regalos, donaciones… Todo eso bien atado a una legislación que proteja los derechos de todos estos, faltaría más. Claro que así es mayor la falacia, porque encima nos hacen pasar por inocentes, pretendiendo que creamos que detrás de las acciones hay honradez y transparencia. Si es que “¡cualquiera es un señor! / ¡Cualquiera es un ladrón!”, que cantara (o más bien profetizara) Julio Sosa en el tango Cambalache, escrito por Enrique Santos Discépolo. De esta manera es imposible empatizar, ponerse en la piel del otro. Esta gente no conoce la realidad, ellos hablan de otros temas, tienen otros intereses y no comparten la vida de la mayoría de la población. No pueden hablar de necesidad quienes nunca han pasado ni la más mínima, y si la tuvieron, ya ni la recuerdan. Viven en un mundo paralelo y piensan en un mundo para lelos. Y no me hablen más del interés general ni de tener paciencia. El sentido común, ese que nos enseñaban de pequeños para discernir lo que está bien de lo que está mal, ya no existe. No se puede aplicar porque no tenemos nada en común.

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