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Qué tendrá – Cristina García Maffiotte

   

Qué tendrá el ejercicio de la política que distorsiona la visión de la realidad de los políticos y, sobre todo, la imagen que tienen de sí mismos. No me refiero a esos abultados sueldos que, como llevamos viendo en las últimas semanas, se multiplican en forma de sobres y anotaciones al margen en lápiz. Tampoco a la sensación que les invade al montarse en coches con chófer o cuando almuerzan en restaurantes con mesa y mantel y jamón del bueno que les hace olvidarse de las ricas croquetas de sus madres que hasta el momento de tomar posesión de sus cargos juraban que eran el mayor de los manjares.

Ni siquiera me refiero al gustirrinín que deben sentir al levantarse por la mañana, llamar a su personal de confianza y preguntar ¿qué tengo que hacer hoy? El resto de los mortales llevamos apuntados en papeles, el móvil, la agenda y hasta con bolígrafo en el dorso de la mano que tenemos que ir a la tintorería, llamar al dentista, pedir hora en la peluquería y comprar una cartulina para la tarea de los niños, así que los entiendo. Entiendo que debe ser fantástico eso de que otros te digan qué tienes que hacer y llegar a casa agotado, o no, después de pasarte el día saltando de reunión en reunión, hablando con unos y otros y, con suerte, haber resuelto algún problema.

Pero no me refiero a eso. Me refiero a ese fenómeno que afecta al 99% de los profesionales de la política y que sucede en un momento indeterminado entre la toma de posesión y el primer año de mandato. Un fenómeno que les hace olvidarse de sus trayectorias y les lleva a asumir, con la misma convicción con la que recitan los argumentarios que les preparan sus asesores de comunicación, que son la última cocacola del desierto.

Hasta tal punto llega esa distorsión que son incapaces de reconocerse en las críticas de la oposición o la prensa. Donde los demás ven sentido común ellos solo ven oportunismo político o amarillismo.

Se trata de un fenómeno que debería abrir un nuevo campo de estudio en neurociencia, psiquiatría y astrología (según el caso) pues hasta el momento nada explica cómo personas normales pierden, de repente, la capacidad de verse reflejados como son en el espejo. Se miran y se ven más altos, más guapos, más inteligentes de los que los ven, incluso, sus propias madres y abuelas. Hasta el punto de pensar que su cargo no es una oportunidad de servir a la sociedad; es la sociedad la que tiene la suerte y la oportunidad de contar con ellos. Porque donde el común de los mortales ve michelines, arrugas, canas y el paso de los años, ellos ven otra cosa. Algo que los lleva a considerarse únicos, imprescindibles, necesarios.

Aznar se ve como un gran (y alto) estadista de melena al viento y abdominales tallados capaz de sacrificar el tiempo que le dedica a jugar a la raqueta y aprender (sin demasiado éxito) inglés dando conferencias por esos mundos de dios a salvar a España. Rajoy ve en el espejo al hombre que está ganando, batalla a batalla, la guerra a la crisis aunque solo en víctimas colaterales vaya ya por los seis millones. No ve, siquiera, la falta de coherencia entre el color de su cabellera y de su barba. Toni Cantó ve a un gran orador, un ocurrente tuitero y un gran actor. Rosa Díez no se ve. No hay espejo que pueda reflejar el grandísimo concepto que tiene de sí misma. Y Rubalcaba (uno de los casos más graves) ve a un líder referente de la izquierda.

Así, uno a uno, desde el último concejal del más pequeño pueblo del país hasta los cargos electos que pisan las más mullidas moquetas de ministerios y parlamentos podemos contar por miles los casos de políticos afectados de esa miopía. Gente normal y corriente que, afectados por ese algo indescifrable que tiene el ejercicio del poder viven día a día con la convicción de que el mundo es un lugar mejor desde que ellos nacieron.

No sé qué tendrá el ejercicio del poder que les afecta hasta ese punto pero, la verdad, a estas alturas de la película, por lo menos podrían compartirlo. Cambiar no cambiaría nada. El mismo paro, la misma pobreza y el mismo oscuro futuro. Pero con la autoestima por las nubes. Algo es algo.