Bélgica es ese pequeño país donde nunca parece suceder nada y cuyo pasado colonial es una encantadora colección de atrocidades. Los belgas son llamados los fox terriers de la colonización: menudos pero matones. Su estructura colonial, en la igualmente pequeña Ruanda, se vertebró en torno a acrecentar las diferencias sociales entre hutus y tutsis. Los tutsis eran ganaderos y menos negros que los hutus. Una lógica razón (europea) para darles algo de formación y promocionarlos como un funcionariado medio. Los tutsis eran el grupo minoritario, y los hutus, al ser más negros, debieron pensar los civilizados belgas, era lógico que siguieran siendo lo que históricamente venían siendo: sus vasallos. A todo esto, en los años noventa, un tal Boutros Ghali, infausto secretario general de la ONU, se embolsó millones de libras por mediar en la venta de armas al régimen ruandés. Arsenal afilado bajo la importación de medio millón de machetes chinos al coste de 29 centavos la pieza. La semilla de la antipatía hutu-tutsis ya existía antes de la llegada de los belgas; éstos la regaron, Occidente la abonó y los africanos recogieron la sangría. En julio de 1993 la Radio Televisión de las Mil Colinas empieza a emitir proclamas violentas contra la población tutsis; calificándolos de cucarachas y alentando su exterminio. El pistoletazo de salida para la carnicería será el derribo del Falcon 50 en el que viajaba el líder hutu Habyarimana. El corazón de África se sumió en un baño de sangre en el que un millón de tutsis fueron pasados a machete. Bélgica evacuó a los suyos y miró para otro lado; Francia y su deplorable operación Turquoise sería acusada de complicidad con los asesinos hutus, y la ONU sumó así a los desastres de los Balcanes y Somalia, otro esperpéntico espectáculo de indiferencia e incapacidad. Menudo historial. Del degolladero ruandés se salvan muy pocos apellidos; mereciendo una digna mención la del militar canadiense Roméo Dallaire, al que Naciones Unidas negó el puñado de fuerzas de élite que éste requería para detener el genocidio que el dial de radio machete invitaba a llevar a cabo.
Rafael Muñoz Abad es miembro del CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL
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