El dÃa 9 de junio es el dÃa en que la Iglesia católica y los amantes del diálogo intercultural conmemoran a José de Anchieta (1534-1597), el jesuita tinerfeño que, rompiendo las reglas de su tiempo y la rigidez de los modelos sociales y culturales imperantes en el siglo XVI, fue capaz de aproximarse a los indÃgenas de Brasil con una inteligencia y sensibilidad que solo poseen los grandes hombres. Formado primero en la escuela humanÃstica de Coimbra, entre 1549 y 1553, y luego en la escuela de la vida en tierras brasileñas entre 1553 y su muerte en 1597, comprendió el mundo como el espacio donde era una exigencia la necesidad de dialogar con otras culturas para construir una sociedad feliz, anticipándose en varios siglos a ideales que hoy se defienden en las calles de Europa como si fuesen toda una novedad. Su aprendizaje de la lengua tupà para poder evangelizar avisa de un talante nuevo; para él, hablar servÃa para convencer, no para imponer. Asà Anchieta es un gran hombre del siglo XVI, de ideas avanzadas, discutidas por quienes, en su tiempo, preferÃan el egoÃsmo del régimen colonizador y esclavizar a los indÃgenas, pero también admiradas por los que buscaban un nuevo orden en las relaciones humanas y que finalmente triunfarÃan con la Ilustración en el siglo XVIII. Pero de este gigante del humanismo y del humanitarismo casi nada trasciende en La Laguna. Vivimos en el año 2013 y la sociedad lagunera sigue ignorando a Anchieta. Lo que debÃa ser una casa-museo para interpretar al personaje y su mundo, la Casa de Anchieta, es un espacio vacÃo. No apreciamos una especial devoción en el ámbito religioso y la sociedad continúa desconociendo al canario más universal. Para colmo, la extraordinaria escultura que realizó en bronce el mejor escultor brasileño de mediados del siglo XX y claro exponente de la modernidad sudamericana, Bruno Giorgi (1905-1993), se juega la vida todos los dÃas en un cruce infernal y feo que la hace menos visible aún. Llegada a La Laguna por el empeño del gran bibliógrafo y gramático Celso Cunha, presidente en 1960 de la Biblioteca Nacional de RÃo de Janerio, nadie parece darse cuenta de que la obra precisa de una nueva ubicación. ¡Ni que existiese una obligación moral y ética por situarla en el cruce de la autopista, como si fuese un juramento de sangre! El año 2013 llegó, y para Anchieta nada ha cambiado en La Laguna; los especialistas de su obra en la Universidad de La Laguna y fuera de ella continúan trabajando y manteniendo viva la llama de su vida y obra. Pero se necesitan relevos y el empuje ciudadano. ¿Llegará en 2014? No sé yo…