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Aprender y reinventarse – Por Domingo Álvarez

   

Ya estamos aquí de nuevo. Saludamos de forma efusiva a la Liga de Fútbol Profesional. Hemos vuelto, espero, para quedarnos y, ojalá, para siempre. Hemos regresado al campamento base. La Segunda tiene que ser nuestro refugio cuando las cosas van mal. La Primera tiene que ser nuestro hábitat natural aunque sea simplemente -que es mucho- por el inmenso respaldo social que tiene este club. Y no me amparo además en el que puede parecer el mejor ejemplo, los más de dieciséis mil quinientos aficionados que estuvieron el 26 de mayo en el Heliodoro para amedrentar al Hospitalet, no, prefiero quedarme con los nueve mil fieles de media que arroparon al equipo durante toda la temporada disfrutando en algunos momentos con los resultados y el juego de su equipo pero también padeciendo las penurias de la categoría.

Una lealtad impropia de esta mezquina Segunda B pero habitual en la hinchada del Tenerife que prefirió asimilar en lugar de repudiar la caída libre de su equipo que pasó de Primera a Segunda B en un suspiro, casi sin pestañear.

Es tiempo de alegría. Es momento para disfrutar. Ahora toca celebrar. No es día para echarle agua al vino pero tras la euforia sería muy conveniente reflexionar. La desagradable experiencia de dos temporadas en las catacumbas del fútbol tiene que ser, de forma inexcusable, el mejor aprendizaje para no cometer los mismos errores. La entidad, la afición, la isla no merecen pasar de nuevo por este castigo brutal. No se puede tropezar en la misma piedra. No se puede realizar otro desembolso económico de gran magnitud para acabar de nuevo en el pozo. Cierto es que sería de sucio oportunista hablar de despilfarro cuando nadie puede dudar de la sana intención con la que se confeccionó la última plantilla de Segunda A, la que luego murió en el intento. Se diseñó para ascender y acabó provocando la ira, y con razón, de una ejemplar afición. No se reforzó la plantilla cuando el club estaba al borde del abismo en Primera -grave error- y se construyó un equipo aún mejor para asegurar el retorno a la liga de las estrellas. Acabó estrellado. Son también las penurias del caprichoso fútbol, cierto, pero la suerte nunca viene sola, hay que ayudarla. Si los cimientos no son sólidos el proyecto se cae.

No pretendo realizar desde estas líneas el clásico y manido reclamo de una decidida apuesta por la cantera, pero por favor, tampoco la olvidemos. Solo pretendo expresar que la entidad fortalezca su confianza en los que ahora han demostrado -cuerpo técnico y jugadores- que lo importante no es la opulencia sino la calidad y, llegaré más lejos aún, el imprescindible compromiso de los llamados a integrar la plantilla de la ilusión. Toquemos a la puerta de la fábrica de los sueños pero no volvamos a caer en la tentación de recurrir a la factoría de la ficción.

Cervera tiene talento. Sabe lo que hace. No está en el perfil del clásico entrenador mediático. No es populachero. Nada que objetar. No es una característica que garantice el éxito. Apuesto por él y por la de su compañero de fatiga, otro gran entendido, el otro responsable de haber culminado de manera brillante la temporada. Es Quique Medina. Blanquiazul ilustre que pasa a la historia de la entidad como otro de los muchos que supo enderezar a tiempo el rumbo de un club aliado, históricamente, con los vaivenes y los sobresaltos.

Y ya se sabe que no está de moda hablar bien de un presidente pero, digo yo, Miguel Concepción algún mérito tendrá. Gracias a todos. Adiós Segunda B, adiós.