Aunque su sentido original era más político que económico, la doctrina Monroe, “América para los americanos” (que en realidad fue del presidente Quincy Adams), suele usarse en la reivindicación del uso de la riqueza de un territorio para sus ciudadanos. Es una apelación autárquica bastante inocente, en una economía tan globalizada como la que vivimos. Pero tiene sentido en épocas de miseria como la que vivimos. La reclamación de nacionalistas y socialistas de que se restrinja la residencia a extracomunitarios para impedir su contratación -especialmente en el sector turístico- es una apelación a esa doctrina en la percepción de que el problema del paro en las Islas está agravado por la contratación de extranjeros que trabajan más a menor salario y plantean menos problemas a sus patronos. Un país que tiene 300.000 parados inscritos -y ochenta mil más según la EPA- en una clase activa de un millón cien mil personas tiene problemas más graves que la competencia de la mano de obra de otras latitudes. El sector de éxito en Canarias, la venta de servicios turísticos, combate sus deficiencias (capitalización externa, dependencia de un mercado que nos intermedian otros y derivación de rentas) intentando mejorar sus costos de producción de todas las maneras posibles. A pesar de todo, del intervencionismo público en la regulación del sector, sigue funcionando de manera eficiente. Pero la capacidad de un avión para funcionar con un solo motor es muy limitada. Asumiendo que los tiempos del ladrillo no volverán, porque forman parte de una coyuntura explosiva que ya es historia, la realidad es que Canarias tiene miles de personas que no volverán a trabajar en su vida. Dar empleo a 380.000 personas que lo buscan es literalmente imposible a medio plazo. Y tal vez nunca, si no se hace nada. La decadencia de nuestra agricultura de exportación y la debilidad del abastecimiento del mercado interno con producciones propias, la industria que languidece entre protecciones fiscales perfectamente inútiles, el comercio que cierra y agoniza devastado por una crisis de consumo producida por el aumento de la presión fiscal sobre los ciudadanos, la reducción de salarios y la inestabilidad laboral… Con este panorama pensar que la solución a nuestros males es impedir la llegada de mano de obra foránea es como el que tiene tos y se rasca las nalgas. Si ninguno de los sectores por los que hemos apostado y protegido funciona y lo hace el único que se mueve -se movía hasta hace poco- en un marco de libre competencia, debiéramos echarle una pensada a la cosa. Tenemos un grave problema de diseño estructural. La pifiamos con todo éxito hace un par de décadas. Este muerto no se resucita con maquillaje, sino con medidas excepcionales e históricas. Pero tal parece que aquí lo único que funciona son islas de palabras en un mar de saliva.