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La crónica y el telegrama – Por Juan Cruz

   

Tú has vuelto de Colombia y él ha venido de Colombia. Se cruzaron en el aire, casi. Él es Alberto Salcedo Ramos (Salcedo, como mi añorado director, Ernesto Salcedo, que me formó en El Día). Es uno de los grandes cronistas de nuestra lengua. Venía a Madrid a recoger el premio Ortega y Gasset de Periodismo por una crónica de las suyas, la historia de un niño que vence la distancia de cinco horas entre su casa y la escuela, situada en uno de los pueblos más perdidos y míseros del país del que acabas de volver. Para escribir ese texto tuvo que viajar allí, vivió la vida del niño, y durante folios y folios, correcciones y correcciones, esfuerzos y más esfuerzos, literarios y prácticos, hizo lo que siempre fue esencial en este oficio: contó lo que vio para que otros supieran. Además, le puso la gallardía de su estilo, la memoria de su vocabulario; escribió un gran texto, y primero el público y luego el jurado decidió que ese era el texto que había que subrayar. El periodismo se hace para que te quieran… leer. El periodismo no es un telegrama, aunque se base en un telegrama. El periodismo es un texto, querido Juan Manuel. Es lo que hace Millás, lo que hace este Salcedo, lo que hace Leila Guerriero. Se basa en un fogonazo, o en un telegrama, en un teletipo, pero es un texto. Y es un texto que ha de ser leído. Eso nunca se perderá, aunque haya gente por ahí que trata de asesinarlo a machetazos de algunos caracteres volátiles. Ahora se ha ido Salcedo Ramos (te recomiendo mucho su libro La eterna parranda, editado por Aguilar) a Múnich, a hablar con alemanes acerca de esa crónica del niño del Chocó. Si te digo que lo envidio mucho tú lo entenderás perfectamente.