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El día que conocí a Manel Comas – Por José Antonio Felipe

Fue en 2003. El Unelco Tenerife visitaba el pabellón Pisuerga de Valladolid para protagonizar un partido sumamente raro. Los locales habían ido dominando durante la mayor parte del encuentro hasta que un saque de fondo permitió a Iván Corrales lanzar desde prácticamente medio campo para anotar y llevar el duelo a la prórroga. En el tiempo extra ganaron los blanquiazules.

Recuerdo que Paco García, por aquel entonces entrenador de los tinerfeñistas, había dicho a sus jugadores que solo Dios había podido darles aquella oportunidad para ganar ese partido, así que imagínense cómo se había desarrollado.

Manel Comas tardó en llegar tanto a la sala de prensa que el primero en comparecer fue Paco, que prácticamente pidió permiso no fuera a ser que su amigo Manel se enfadara. García habló largo y tendido y el sheriff aún se hizo esperar unos minutos más. Verlo enfadado impresionaba, imagino que por aquel bigotón y porque con 23 años todo te impresiona más que con 32.

Tuvimos que preguntarle a Comas por aquella última jugada, en la que Corrales se había dedicado a sortear a sus jugadores sin que ninguno le hiciera una falta que parara el encuentro e impidiera que su rival anotara un triple. Manel Comas montó en cólera, nos llamó imberbes mientras, con toda la dignidad del mundo, tratábamos de no mover un solo músculo de la cara ante la mirada de pena de los compañeros vallisoletanos.

No dije ni esta boca es mía en aquella sala de prensa. Nos volvimos al hotel pensando que era la primera bronca fuerte que recibíamos como periodistas, así que poco a poco nos iba quedando menos para ser importantes. Supongo que era un consuelo. A la mañana siguiente Paco me tomó del brazo, me llevó a un lado y me dijo que Manel le había solicitado, por favor, que nos pidiera disculpas, que lo sentía y había sido un calentón.

Aquello le honró, como también le honraba que supiera salir adelante tras sufrir tantos reveses en su vida personal que me contó allí mismo Paco, unos conocidos, otros no tanto, y que siempre que lo veía en las salas de prensa, riéndose, o en la televisión, también con sus bromas, yo recordaba porque me parecía admirable.

Una temporada más tarde volvimos a encontrarnos. Yo, iluso de mí, pensé que me recordaría por aquella bronca, pero no fue así. Un compañero me dijo que si tuviera que acordarse de todos los periodistas a los que abroncaba se quedaría sin memoria. Quizás no le faltaba razón, aunque el recuerdo que me quedó siempre fue el de su disculpa, sincera, quizás hasta dándole algo de vergüenza. Así recordaré siempre a Comas, vehemente, viviendo con pasión cada cosa que hacía, irreverente, provocador, honesto y siempre detrás de su bigote.