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Escenas de Bilderberg – Por Indra Kishinchand López

   

Afirmaba Molière que no hay mejor remedio para vencer nuestros defectos que exponerlos a la risa pública. Ya se sabe que quien se ríe de sus propios errores es el único que evita el linchamiento en la plaza pública. O eso dicen. Pero también expresaba Molière a través del Tartufo que “pecar en silencio es como no pecar”; es este punto el que supongo que más gustará a los integrantes del grupo Bilderberg. “Cambiaremos el mundo, pero no se preocupe, no lo va a notar”.

Este club que se convoca cada año desde 1954 y que reúne a 130 empresarios, políticos, académicos, militares, miembros de la realeza o personas con poder e influencia, debe haber pensado tal y como lo hizo el Tartufo, de ahí su silencio. Si bien este grupo ha cobrado cierta relevancia durante los últimos años, el secretismo y el misterio son habituales durante todos sus encuentros.

Me permitiré el lujo de considerar el culmen del misterio las novelas de Agatha Christie; todo lo que se encuentre por debajo de este límite no es más que un burdo intento de glorificación. El grupo Bilderberg, “el gobierno mundial”, el club de los elegidos, no es sino otra patraña para intentarnos convencer de que todo lo que sucede está controlado por superestructuras que nuestra capacidad intelectual no llega a comprender.

Yo me niego a creerlo. Quizás sea una ingenua por pensar que las personas tienen la oportunidad de controlar su mundo, su vida, que controlan sus descontroles, que viven, que sienten.

Quizás me haya equivocado al pensar que los individuos que nos rodean son más que marionetas. Bienvenidos al baile de máscaras.