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La mujer que recibió a Blesa – Por Rafael Torres

María Luisa Arias es una señora a la que la Fiscalía no hace el menor caso. Como si ella no existiera.

Y como si no existieran, tampoco, los centenares de miles de ciudadanos españoles estafados por las cajas nacionalizadas que, como ella, han sido despojados contra todo derecho, y mediante un plan depredatorio minuciosamente urdido, de sus patrimonios. La Fiscalía es como si nos les viera, como si no viera el engaño, si es que no el monumental delito, del que están siendo víctimas.

Por eso doña María Luisa Arias, una de esas ciudadanas invisibles, acudió ella sola a las puertas de la cárcel de Soto del Real para recibir a Miguel Blesa. Su voz, sus imprecaciones, sus gritos en demanda de Justicia, hendieron la noche.
Sola en el lúgubre descampado que circunda el presidio, María Luisa preguntaba en alta voz por la Fiscalía, que ni está ni, al parecer, se la espera, pues parece solo concernida y preocupada por la seguridad jurídica del que las víctimas del saqueo de las Cajas y de la economía nacional (y del hambre de los 3.000 niños desnutridos de Barcelona, y de la desatención de los inválidos, y del paro masivo, y de los sueldos de miseria, y de la ruina del comercio, y de las ola de desahucios) identifican como uno de sus principales actores.

María Luisa sabe que esos 100 kilos que Blesa dispuso de la caja “por si se ponía algo a tiro” en los tiempos en que compró el banco de Florida al doble de su precio, eran suyos y de los otros miles de ahorradores que lo habían ganado fatigosa y honradamente, y que hoy la Fiscalía no indaga a dónde fueron a parar finalmente, esos y otros, con el objeto de devolvérselos a sus dueños legítimos.

También doña María Luisa Arias, sola en la noche oscura de España, frente a la cárcel y desde su cárcel, vino a decir que un Estado capaz de sustraer arbitrariamente la propiedad a sus nacionales es capaz de todo, de cualquier cosa. Nadie está seguro, ni sus derechos, ni su hacienda, en tanto la Fiscalía, centinela de la legalidad, anda distraída, como centrada en otros asuntos y en otras personas, pese a los apabullantes indicios de criminalidad. Estar, desde luego, no está.

Ni se la espera.