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Salsa de tomate – Por Jorge Bethencourt

   

Perdida en los fastos del ascenso del Tenerife a la Segunda división ha pasado casi desapercibida la crónica de una de las facetas de nuestro gigantesco fracaso. La celebración de la salida del pozo de la Segunda B tiene ese sabor agridulce de quien se alegra porque el enfermo terminal ha salido de la UVI, aunque siga presentando los mismos síntomas de la enfermedad que lo llevó a las puertas de la muerte. Pero en el caso del tomate canario estamos hablando exactamente de lo contrario, del descenso hacia lo más profundo de los infiernos. En un reportaje en estas mismas páginas, Román Delgado desveló las cifras de nuestro sector exportador, que ha pasado de enviar 220.00 toneladas en el año 2003 a apenas 88.000 el año pasado. Si se contrasta con las exportaciones de Marruecos, por ejemplo, sucede exactamente lo contrario, porque han pasado de 178.000 toneladas a 356.000. O lo que es lo mismo, hemos perdido más de la mitad del mercado en menos de 10 años. Todo esto ha ocurrido en una década prodigiosa en la que se han vertido ayudas al transporte de las exportaciones -por importes superiores a los 20 millones de euros por año- y a las superficies de cultivo, en el Posei. Y viene a demostrar que la falta de competencia, de innovación tecnológica y de agilidad comercial no se subsana con todas las subvenciones del mundo mundial. La crónica del sistema de protección al sector agrario exportador de Canarias es la de una muerte anunciada. Por el error de partida de pensar que un sistema económico puede mantenerse con respiración asistida y por la hipocresía de una Unión Europea que tiene una manguera de fondos sin fondo conectada con Marruecos donde los programas de vecindad y diversas líneas de financiación vierten cada año miles de millones de euros para el desarrollo de la riqueza en un país tapón que garantice una frontera sur del continente. Canarias ha jugado muy mal sus cartas incluso dentro de las tristes reglas de la partida de perdedores que eligió libremente disputar. Puestos a ser mantenidos, debiéramos haber desarrollado con mejor competencia nuestro papel de plañideras. Pero ni eso. Hemos desperdiciado dos décadas de ayudas que se han convertido en plusvalías para unos pocos o piezas de los costos estructurales de una economía gravemente errada en sus objetivos. En vez de potenciar la venta se servicios turísticos y el comercio, los sectores donde somos más eficientes, hemos malgastado años y recursos en retrasar la decadencia de unas actividades que debiéramos haber orientado a la excelencia. La alegría en la casa del pobre es efímera. Y engañosa. Salvo que los goles se coman, esta tierra sigue apostando por la postración y la pobreza. La agricultura se hunde sin banderas, ni fanfarrias, ni fiestas. Calladamente. En el silencio de quien no se entera ni de que se está muriendo.

@JLBethencourt