JOSÉ LUIS CÁMARA | Santa Cruz de Tenerife
Hacía poco más de un mes que había cumplido los 18 años. Binita Shresta vivía junto a sus padres y tres hermanos en una remota aldea junto a la cordillera que rodea el Everest, a casi dos horas de la capital nepalí, Katmandú. Su familia, siguiendo una longeva y macabra tradición, había decidido cederla en matrimonio a un hombre casi treinta años mayor que él. Después de cinco años de cautiverio, un día se armó de valor y escapó de aquel lugar que nunca había considerado su hogar. Atrás quedaban las palizas y violaciones de un marido alcohólico que sólo la quería como esclava y objeto sexual. Su odisea, lejos de terminar, sólo acababa de empezar. Tras meses deambulando sin rumbo, encontró un paupérrimo empleo en una cantina, a pocos kilómetros del paso hacia India. Fue allí donde una noche el conductor de un camión se ofreció para llevarla hasta Bombay, donde Binita pretendía comenzar una nueva vida. “Me dijo que me ayudaría a encontrar un buen trabajo y ganar mucho dinero”, comenta entre sollozos la joven, que tuvo la suerte de ser detenida en la frontera por dos agentes de policía.
La historia inconexa del hombre, y las lágrimas de la chica no dejaban lugar a dudas: Binita iba a ser vendida a una de las múltiples redes de trata de mujeres y niñas que operan en los últimos años entre India y Nepal. “Mi familia no habría aceptado mi separación, que hubiera sido para ellos algo deshonroso”, señala la chica, cuya historia se repite con demasiada frecuencia en el hogar que gestiona la ONG española Educanepal. Su fundador, el grancanario José Díaz, asegura que “la ingenuidad y la precariedad de muchas mujeres abandonadas o en situación de extrema pobreza en Nepal, las convierte en presa fácil de los traficantes de personas, que saben perfectamente cómo ganarse la confianza de las niñas”. “Les prometen trabajo, ropa, buena comida o un marido de buena familia. Luego, una vez solas y desprotegidas en un país que no conocen, son vendidas en circos, burdeles o fábricas donde son explotadas y amenazadas si no realizan la labor o los favores que se les piden”, recalca el cooperante.
A diferencia de Binita, Sarwati Adhikari no tuvo tanta suerte. Con ocho años fue vendida a un circo indio para hacer juegos malabares; con catorce la forzaron a casarse y hace dos, una vez que se quedó viuda, los hermanos de quien fue su marido comenzaron a maltratarla. Casi por casualidad, su caso llegó a oídos de la organización británica Esther Benjamin Trust, que desde 2002 trabaja por rehabilitar las menores empleadas en circos de la India. Su responsable, Phillip Holmes, creó en 2004 la ONG en honor a su difunta esposa, quien tras varios viajes por Asia decidió que había que hacer algo por todas aquellas adolescentes a las que violaban y explotaban en clubes y circos de ciudades como Delhi o Calcuta.
Desde entonces, y ayudada por el propio gobierno hindú, la entidad humanitaria ha rescatado a más de 400 niñas después de realizar inspecciones en una treintena de circos en el norte de la India. ”Las chicas son un blanco fácil para los traficantes, ya que en la mayoría de los casos pertenecen a familias disfuncionales y con entornos empobrecidos”, afirma Phillip Holmes, que asegura que “la razón de que las ventas tengan lugar a tan temprana edad es que los dueños de los circos creen que los cuerpos de las niñas se ponen rígidos cuando cumplen trece años, lo que dificulta sus entrenamientos”.
Como su homóloga británica, Educanepal lleva más de una década trabajando por la rehabilitación y reinserción social de chicas como Sarwati y Binita. Esta comenzó hace unos meses un curso de costura, junto con otras once jóvenes en situación de vulnerabilidad. “Aquí no sólo aprendo a coser, también a leer, escribir, sumar y restar. Para mí es un sueño poder escribir mi nombre, pues nunca tuve la oportunidad de ir a un colegio”, comenta Kanchi, de 16 años. En el refugio de la organización española las adolescentes realizan talleres y actividades diarias, con el objetivo de que desarrollen su autoestima y aumenten la confianza en sí mismas. Una vez completado el curso de costura, Educanepal ayudará a las chicas a encontrar trabajo. “Cuando termine el curso espero poder montar mi propio taller de costura y ganarme la vida haciendo vestidos. Ha sido una suerte poder vivir en el centro de Educanepal y aprender no sólo a coser, también a convivir con los demás, a respetar y ser respetada”, concluye Binita.
Creada en 2002 por el profesor canario José María Díaz, ha escolarizado a más de 8.000 niños y niñas nepalíes, y ha rescatado a 300 chicos que estaban siendo explotados laboralmente. Dispone de un centro en el que ahora se encuentran 24 niñas nepalíes que han sido víctimas del tráfico sexual, y ha impulsado la creación de una cooperativa para fomentar el empleo femenino en Nepal.