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Hipocresía y sumisión – Por Francisco Domínguez

   

La hipocresía y la sumisión se dan la mano con cierta frecuencia en el escenario internacional, dejándonos momentos lamentables cuando no patéticos. Imagínense -dejando de lado pragmatismos e intereses confesos- que lo que le ha ocurrido a Evo Morales, el presidente boliviano, le sucediera a un mandatario europeo de primer nivel en algún lugar de Sudamérica, la que se habría montado: que si un atentado contra el derecho internacional, que si una agresión en toda regla, que si una afrenta inaceptable, etcétera, etcétera…

La simple sospecha de que el nuevo peligro número 1 de la bandera de las barras y las estrellas, el treintañero analista subcontratado por la CIA Edward Snowden, viajaba en el vuelo de Morales sirvió para que el avión del país andino pareciera que llevase dentro las siete plagas universales del Viejo Continente se plegara ante los tentáculos del Imperio, hasta el punto de que el jefe de un estado democrático pudiera perder la vida junto al resto del pasaje y de la tripulación tras los consiguientes problemas de repostaje de la aeronave al negarle países como Francia, Portugal e Italia sobrevolar su espacio aéreo.

El Gobierno español, a través del Ministerio de Exteriores, ha pasado semejante lance de puntillas al permitir que el aparato aterrizara en el aeropuerto grancanario de Gando, pero eso sí, mirando de reojo a Estados Unidos no sea que irritáramos a Obama. Aparentemente se ha salvado una crisis diplomática complicada, quedando bien con las partes afectadas; sin embargo, ya España suma demasiados desencuentros con países del continente hermano, donde no solo nos unen fuertes lazos históricos y afectivos, sino estratégicos y empresariales.

Esta nueva pleitesía de Europa al gendarme mundial es vista desde el lado más meridional del gran charco como un nuevo episodio de neocolonialismo y de imperalismo -en este caso casi de opereta-, en una tesitura en la que España sigue perdiendo protagonismo y peso a pasos agigantados y de manera preocupante sobre un área vital, en la que por tradición y prestigio debe estar presente y erigirse en privilegiada interlocutora. Y, desde luego, con la ligereza con la que que se ha actuado no vamos a ninguna parte.