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Los malheridos – Por Carmelo J. Pérez

   

Cuando era más joven, yo -como la mayoría de creyentes alguna vez- me ponía muy nervioso cuando otros tan jóvenes como yo esgrimían el argumento de la inquisición para descalificar a la Iglesia. Me pasaba lo mismo cuando colocaban sobre la mesa las riquezas del Vaticano o los maltratos de los curas y monjas en los colegios “de antes”. De los abusos, en aquellas épocas poco se hablaba.

Todas aquellas medias verdades me parecían barreras infranqueables que le impedían a uno sentirse totalmente orgulloso de la Iglesia. Como ancestral mecanismo de defensa, solo cabía escudar a la institución tras otras medias mentiras: que si el contexto histórico, que si la literatura malintencionada, que si los ataques son una prueba más de que algunos nos odian… Y siempre nos quedaba el recurso al “y tú, más”.

Hoy considero que es estúpido realizar una enmienda a la totalidad contra la vida de la Iglesia por esos temas o por cualquier otro. Y que es una majadería pretender convencer a los demás de que todo es matizable: lo malo es malo, aunque nazca en el seno de la comunidad santa que Cristo fundó. Es curioso que la historia personal evolucione al ritmo de esas verdades tan sencillas y liberadoras que tardan años en asentarse como convicciones en nuestro interior.

Un sereno examen de conciencia, más allá de diagnósticos intencionados y de defensas infantiles. Creo que ésa es la propuesta más madura para este tiempo que nos ha tocado vivir. Opino que es lo que nos pide la Historia a los creyentes y lo que nos exige Dios: recuperar la alegría de la fe y que echemos la vista atrás para descubrir y sanar a los malheridos que, a pesar de todo, se han ido quedando en el camino.

La experiencia de cada día le demuestra a quien no elija ser ciego que miles de hombres y mujeres tienen el corazón maltrecho tras poner su confianza en Dios. No les ha fallado el Padre de nuestro Señor Jesucristo: les hemos desconcertado los creyentes y a menudo les ha turbado la Iglesia.

No escribo aquí nada que no sepamos ya. Solo digo que son aliados de la verdad quienes soportan las cargas de sus heridas porque esperaban una comunidad más sincera, menos dada a los apaños, más liberadora, menos ritual y más personal, más fraterna y menos favorecedora de los arribistas, más simple y menos burocrática. Una escuela de libertad, de justicia y de paz. Un motivo para seguir esperando.

Nunca me cansaré de repetir que los creyentes podemos hablar así de nuestra Iglesia porque lo hacemos desde la más sincera admiración por sus 21 siglos de historia y, sobre todo, desde la convicción de que Dios la habita y la levanta del polvo con cada una de nuestras reflexiones y nuestro compromiso.

Lo contrario sería rodear al malherido y pasar de largo. Pero no es ese el estilo de Jesús. “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”, dice el Señor. Siempre habrá, sin embargo, quien elija ser ciego y, lo que es peor, quien intente arrebatar la vista a quienes caminan junto a él para que no descubran que, pese a su ilustre apariencia, es de los que han elegido dar un rodeo.

@karmelojph