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¿Adiós al CSIC? – Por Rubén López

   

Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir en Madrid a la reunión científica celebrada en la Fundación Ramón Areces titulada Investigar en tiempos de crisis. Esta reunión contaba con el mecenazgo de firmas comerciales relacionadas con la gran Farma y con la presencia de algún director general interesado la investigación científica, que también los hay. Participaron en ella compañeros contrastados profesionalmente por sus aportaciones a varias ramas de la ciencia.

Una aspiración de los convocantes a este simposio era contrastar si la ciencia en España se encontrara incluida entre esos brotes verdes que tanto nos anuncian políticos y economistas para un futuro inmediato. En un momento de crisis de valores que no han sido reemplazados por otros, la investigación biomédica emerge con luz propia en los medios de comunicación como reflejo del interés de la sociedad por algo fiable que nos proporciona lentamente conocimientos sobre los grandes temas que hemos tenido siempre planteados. A los asistentes se nos permitió intervenir en el turno de preguntas. Alcancé a decir que en mis 43 años de trabajo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ese organismo ha estado en crisis económica permanente.

Pese a ciertos esfuerzos realizados por los dos partidos mayoritarios durante nuestra democracia para dotar a la Ciencia de nuestro país con una aportación económica adecuada, nunca se consiguió dedicar a la misma una parcela del producto interior bruto (PIB) que igualara a la media de los países de la Unión Europea (1,95 %). En 2009 España se ancló en el 1,34% del PIB… y bajando. Mientras, Alemania y Suecia dedican un 2,9% y EE.UU. emplea una cifra similar. Con nuestros mimbres seguimos ocupando el lugar 17 de la UE.

El CSIC está presente en todas las Comunidades Autónomas. Ahora, por boca del actual presidente del CSIC, Lora-Tamayo, se anuncian tristes acontecimientos que engloban el posible cierre del CSIC. Al parecer poco importa que en sus sedes se acoja a 14.000 personas y que en sus laboratorios se produzca más del 20% de la ciencia española. Dicen, que la bancarrota del organismo está en torno a unos 70 millones de euros. Por burdas que resulten las comparaciones, no se puede soslayar que se ha dotado a bancas y/o cajas con miles de millones mientras la terrible cifra que adeuda CSIC se aproxima más al pago por una estrella de fútbol. Pero, con ser contundentes estas pobres comparaciones, tengo para mí que el impulso que precisa nuestra ciencia para recibir un presupuesto que la coloque donde se merece se ha de pasar por una pedagogía que familiarice a nuestros sucesivos ministros con la imprescindible idea de que “sin Ciencia no hay futuro” y esa conclusión justifica la generosidad de los grandes países por dotar mejor, en épocas de crisis, a sus instituciones científicas. En cuanto a los asesores de los ministros de nuestro ramo, es triste ver que nadie dimite. Al parecer, a algunos de ellos les importa más convertirse en colaboradores del desatino que escenifica nuestra política científica y, al parecer, el silloncito oficial debe poseer poderes taumatúrgicos. En 1989 se publicó en este rotativo mi primera colaboración científica: “¿La ciencia, un hecho cultural?” Allí concluía que ya era plausible, por primera vez en la historia de la humanidad, enfrentarse a sus grandes problemas con una visión científica. Si me atengo al triste destino del CSIC verán qué poco se ha cambiado desde entonces.

Rubén López es Profesor Emérito del CSIC