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NOMBRE Y APELLIDO>

Alberto Díez Ponce - Por Luis Ortega

   

Causado el dolor de una injusta tragedia, evoco mis primeras estancias peninsulares, cuando colmé mi fascinación infantil por los ríos y los trenes y, en algún recorrido inolvidable, uní los dos atractivos. Hoy, los ferrocarriles, convencionales y de alta velocidad, son mis transportes favoritos si no me azuza el tiempo, la servidumbre de la que nunca acabamos de liberarnos. Aún con el calor mesetario, Madrid es una deliciosa ciudad durante los meses de julio y agosto, en pleno éxodo vacacional; aprovecho ese paréntesis para reencontrarme con lugares que guardan siempre sorpresas y elementos por descubrir. Uno de ellos es la Estación de Delicias, inaugurada en 1880 por Alfonso XIII como término de la línea con Ciudad Real que, previo paso por Badajoz, empataba con la frontera portuguesa. Sus viejas instalaciones, un interesante conjunto de arquitectura industrial, acogen desde 1984 uno de los grandes centros especializados de Europa, el Museo del Ferrocarril. Abierta desde el pasado mayo, una exposición temporal agrupa los mejores trabajos de modelismo de Alberto Díez Ponce, un habilidoso empleado de banca que dedicó todos sus ratos libres a la construcción de maquetas ferroviarias, con materiales auténticos y el valor añadido de su correcto funcionamiento. Este meticuloso artesano tuvo un protagonismo capital en la iniciativa museística, con la aportación de destacados trabajos y ahora, a título póstumo, sus familiares presentan la totalidad de sus manualidades que, en sí mismos, constituyen una oportuna adenda a los valiosos fondos originales: vehículos y piezas de la cultura ferroviaria que ocupan el espacio central y revelan la evolución de la tracción -del vapor a la electricidad y el diesel- desde hace ciento sesenta y cinco años, cuando se puso en servicio el trayecto Barcelona-Mataró en 1848, y las condiciones que se ofrecieron en cada época a los viajeros. En las amplias salas temáticas, que se alinean a uno y otro lado, figuran colecciones de relojes, mobiliario de vagones y oficinas, menaje y ajuar de servicio, herramientas de uso en los trayectos y talleres de reparación. En las vías exteriores, destacan también el enclavamiento de Algodor que, puesto en marcha en 1932, permitía el control a distancia, los cambios de aguja y las señales; y, por supuesto, el rehabilitado Tren de la Fresa (establecido en 1851) que, tirado por una locomotora Mikado, la única de carbón operativa en España, durante cuatro meses al año cubre la distancia a Aranjuez en poco más de una hora, atendido por personal ataviado de época que sirven a los usuarios productos típicos del Real Sitio.