A pesar de sus propuestas un tanto esotéricas, es difÃcil no sentirse tentado a la empatÃa con algunos de los grupos que persiguen la regeneración polÃtica española desde los mismos lÃmites del sistema. Miles de ciudadanos apoyaron el movimiento del 11-M, como una forma de exigir a los partidos e instituciones tradicionales una modificación de sus prácticas más cerradas, corruptas y clientelares. El entusiasmo inicial parece haberse diluido bastante, o haber derivado hacia plataformas de acción, como la lucha contra los desahucios, porque es muy difÃcil sostener un discurso polÃtico sin ofrecer alternativas concretas, limitándose a la crÃtica de lo que hay. Ahora, un grupo fundado hace tres años en Badalona, y que se acaba de presentar públicamente en las islas, pretende solicitar que los ciudadanos le voten, con la promesa de renunciar a ocupar el cargo conseguido en las elecciones. Ese es, al parecer, el único punto del programa electoral de Escaños en Blanco, un partido polÃtico cuyos promotores dicen ser ciudadanos no polÃticos, que persiguen cambiar el sistema. Sinceramente no se me ocurre cómo puede lograrse eso dejando vacÃos los escaños. Al final, si cunde el ejemplo y algún dÃa llegan a suponer una fuerza polÃtica importante, lo único que lograrÃan serÃa deslegitimar más aún un sistema ya muy deteriorado, en el que quienes votan en blanco, nulo o se abstienen de acudir a las urnas, suponen casi la mitad de los votantes potenciales. El rechazo a todo lo que suena a polÃtica es una tradición sociológica -y con expresión polÃtica- que encaja como un guante en dos de las corrientes ideológicas -fascismo y anarquismo- que históricamente han tenido mayor predicamento en España. El fascismo perdió toda legitimidad polÃtica como resultado de la larga dictadura franquista, pero pervive como rechazo interiorizado a la democracia y sus mecanismos. Y el anarquismo -inicialmente colectivista y de base campesina- se ha diluido en formas de individualismo de izquierdas y antiparlamentarismo, perfectamente incorporadas al fenómeno electoral definido por César Molinas como la izquierda volátil, que es la que hace que el PP gane o pierda elecciones en un paÃs sociológicamente de centro izquierda. Pero una cosa es la creciente apatÃa polÃtica, la desgana ciudadana y el rechazo a lo institucional, y otra muy distinta suponer que las abstenciones y votos en blanco se puedan convertir en apoyo activo a una fuerza polÃtica concreta, para protestar contra el funcionamiento del sistema. Eso no va a ocurrir, a pesar de que en este paÃs somos bastante dados a la gamberrada electoral, sobre todo cuando se trata de las elecciones europeas. Que, por cierto, son las que tenemos más cerca.