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Escaños en blanco – Por Francisco Pomares

   

A pesar de sus propuestas un tanto esotéricas, es difícil no sentirse tentado a la empatía con algunos de los grupos que persiguen la regeneración política española desde los mismos límites del sistema. Miles de ciudadanos apoyaron el movimiento del 11-M, como una forma de exigir a los partidos e instituciones tradicionales una modificación de sus prácticas más cerradas, corruptas y clientelares. El entusiasmo inicial parece haberse diluido bastante, o haber derivado hacia plataformas de acción, como la lucha contra los desahucios, porque es muy difícil sostener un discurso político sin ofrecer alternativas concretas, limitándose a la crítica de lo que hay. Ahora, un grupo fundado hace tres años en Badalona, y que se acaba de presentar públicamente en las islas, pretende solicitar que los ciudadanos le voten, con la promesa de renunciar a ocupar el cargo conseguido en las elecciones. Ese es, al parecer, el único punto del programa electoral de Escaños en Blanco, un partido político cuyos promotores dicen ser ciudadanos no políticos, que persiguen cambiar el sistema. Sinceramente no se me ocurre cómo puede lograrse eso dejando vacíos los escaños. Al final, si cunde el ejemplo y algún día llegan a suponer una fuerza política importante, lo único que lograrían sería deslegitimar más aún un sistema ya muy deteriorado, en el que quienes votan en blanco, nulo o se abstienen de acudir a las urnas, suponen casi la mitad de los votantes potenciales. El rechazo a todo lo que suena a política es una tradición sociológica -y con expresión política- que encaja como un guante en dos de las corrientes ideológicas -fascismo y anarquismo- que históricamente han tenido mayor predicamento en España. El fascismo perdió toda legitimidad política como resultado de la larga dictadura franquista, pero pervive como rechazo interiorizado a la democracia y sus mecanismos. Y el anarquismo -inicialmente colectivista y de base campesina- se ha diluido en formas de individualismo de izquierdas y antiparlamentarismo, perfectamente incorporadas al fenómeno electoral definido por César Molinas como la izquierda volátil, que es la que hace que el PP gane o pierda elecciones en un país sociológicamente de centro izquierda. Pero una cosa es la creciente apatía política, la desgana ciudadana y el rechazo a lo institucional, y otra muy distinta suponer que las abstenciones y votos en blanco se puedan convertir en apoyo activo a una fuerza política concreta, para protestar contra el funcionamiento del sistema. Eso no va a ocurrir, a pesar de que en este país somos bastante dados a la gamberrada electoral, sobre todo cuando se trata de las elecciones europeas. Que, por cierto, son las que tenemos más cerca.