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El maletín de Francisco – Por Antonio Alarcó

Han pasado algo más de cien días desde que el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio se asomó por vez primera al balcón de la basílica de San Pedro, convertido en el Papa Francisco. Los primeros segundos de su pontificado estuvieron marcados por el silencio de un hombre reflexivo que miraba a la multitud, sereno pero impresionado por la entrega de los fieles. Sus palabras de aquellos días ya hacían presagiar que el suyo iba a ser un papado excepcional.

Acciones sencillas y elocuentes, acordes con el momento histórico que nos ha tocado vivir, y que definen una manera de entender la vida, se han sucedido desde entonces. Las ceremonias se han acortado, y el Papa dedica su tiempo a acercarse a los fieles, por cierto, en un papamóvil descubierto. También ha cambiado las comodidades palaciegas por una austera residencia donde prepara su propia comida y la comparte con otros religiosos.

Se unen las anunciadas reformas de la curia y la banca del Vaticano, con medidas para fortalecer la solidaridad y la ética, y ha sorprendido, además, su empeño por agilizar la canonización de los carismáticos papas Juan Pablo II y Juan XXIII. La primera encíclica de Francisco, de hecho, ha sido escrita junto a su predecesor, Benedicto XVI, con quien convive, y a quien se refiere con cariño, como su amigo y consejero.

Hace escasos días, la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, era abarrotada por tres millones de personas que habían acudido a orar junto a él, con ocasión de las Jornadas Mundiales de la Juventud 2013. No hay líder mundial, artista o cantante, capaz de congregar a tal cantidad de individuos dispuestos a escucharle.

Dos de cada cinco católicos del mundo viven en Hispanoamérica, y de allí procede Francisco, que ha sacado mucho partido a su viaje a Brasil, citándose con grandes empresarios y mandatarios de todo el continente, a quienes llamó a la responsabilidad social, pero también visitando un hospital y las conocidas favelas, donde la pobreza y la desigualdad se hacen más patentes.

El carisma, la sencillez, y el afán reformista de Francisco están llamados a marcar el devenir del catolicismo en los próximos años. En sus discursos abogó por una iglesia con más voluntad de centrarse en la fe, en los jóvenes, en mitigar la pobreza y en la bondad, que en aspectos morales.

Es más, en el avión que le devolvía a Roma, se sometió voluntariamente a casi hora y media de preguntas de los periodistas que habían viajado con él, protagonizando al día siguiente las primeras páginas de la prensa mundial, y revolucionando de inmediato las redes sociales con declaraciones que, lejos de pretender ser polémicas, reflejan la sensatez de quien hoy encabeza la jerarquía eclesiástica.

22 respuestas que plasman sus reflexiones sencillas sobre asuntos como la presencia de la mujer en la iglesia, la homosexualidad, la banca vaticana, y hasta casos más turbios como el llamado Vatileaks o las acusaciones de pederastia. No eludió ni un solo asunto y demostró que el catolicismo que abandera es simple, pleno de humanismo activo y universal, con una consigna: Ganar la calle.

Hasta reveló el contenido del famoso maletín negro con el que se subió al avión que le trasladó a Brasil, extrañado por el revuelo armado por quienes sospechaban que llevaba importantísimos documentos. Una cuchilla de afeitar, el breviario, una agenda y un libro como únicos compañeros de viaje para quien es capaz de apostillar: “Debemos habituarnos a ser normales. La normalidad de la vida”.

Francisco pisa firme y seguro por unas calles que conoce bien, y lo hace sin zapatos color púrpura. Con independencia de las creencias de cada uno, podemos afirmar que estamos ante un auténtico líder social.

De momento, nos quedamos con esta última afirmación, pues como tantas veces hemos dicho, la normalidad tiene futuro en todas partes. En la religión y también en la política.

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