X
al margen > Rafael Torres

De Perejil a Gibraltar – Por Rafael Torres

   

Corre riesgo el ministro García Margallo, un hombre en apariencia congruente, de perder la congruencia si no templa sus ímpetus en relación a Gibraltar. Sus ímpetus y sus amenazas, como la de cobrar 50 euros a la gente por entrar al Peñón y otros 50 por salir.

Porque no solo no se lo perdonarían nunca los 10.000 trabajadores españoles que hallan en La Roca el sustento para sus familias que en su país no encuentran, sino tampoco los muchos millones de compatriotas que preferirían que antes de enarbolar por enésima vez la bandera o nube de humo de la imposible reconquista, el Gobierno de España, este tan infausto o cualquier otro, acabara, y de raíz, con la corrupción política, los residuos y resabios institucionales del franquismo, el paro masivo, la explotación de los que trabajan, la incuria estatal, la emigración forzosa de los mejores brazos y los mejores talentos, la exasperante lentitud de la Justicia, el nepotismo, el enchufismo, el amiguismo, las estafas de la banca nacionalizada o el desprecio a la ciencia y a la inteligencia, por poner, a vuela pluma, algunos pocos ejemplos.

Al Partido Popular siempre le da en verano, cuando gobierna, el siroco de la Reconquista, pero Gibraltar no es Perejil, el diminuto islote deshabitado al que Aznar y Trillo (“¡Viva Honduras!”) mandaron sus Tercios no es la habitada, potente y especialista en resistir todo tipo de asedios Gibraltar, ni, desde luego, Marruecos es el Reino Unido.

Ni siquiera la España de 2002 es la del 2013. Lo único que es lo mismo es la ceguera y la torpeza de la derecha española en sus recurrentes y vacíos planes de atracción de una plaza que fue entregada hace tres siglos y a perpetuidad por el primer Borbón a los ingleses. Esa derecha que siempre anda ideando ridículos planes imperiales, en vez del modo de hacer de La Línea y del Campo de Gibraltar un lugar envidiable, con trabajo y futuro para todos y nadie metiendo la mano en las arcas del común, a fin de animar un poco a los llanitos, ignora que ese peñasco gigantesco está habitado, que en él se vive bien y con derechos, y que sus habitantes, en consecuencia, serán siempre contrarios a integrarse en el mundo, en el sistema, de esa política maltratadora e incapaz de ofrecerles algo mejor.

Colas interminables en la frontera, bloques de hormigón al mar, contrabando de tabaco, restricciones a un lado y otro para la pesca y el comercio… Témplese, señor García Margallo, que ese fuego tan lamentable no necesita más gasolina.