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El precio de ser diferente – Por César Martín

   

Ser uno mismo tiene un precio alto que hay que pagar. A veces cuesta el silencio de un auditorio, la indiferencia de los demás o un puesto de trabajo. Las tarifas más altas pueden llegar a costar la vida. En la sociedad de la hipocresía y de la mentira, la autenticidad está sobrevalorada. No se nos permite ser, y mucho menos ser diferentes; los modelos están establecidos y las opiniones dadas. El error no se contempla, uno no se puede equivocar, hay que ser perfecto, tal y como dictan los cánones. Más que personas hay prototipos humanos. Los tibios deambulan por pasillos y calles, fieles seguidores del patrón. Agradan, no se mojan, ofrecen sus servicios dóciles, ríen y bailan al son. Vienen bien entrenados desde la escuela del aburrimiento, les castraron la creatividad y les ofrecieron un cómodo porvenir en la discreción y el mutismo. Pocos son los que dan un paso al frente y se juegan el tipo, pero existen. Esos que se lían la manta a la cabeza y defienden ideas, puntos de vista y maneras de ver la vida. No tienen miedo a seguir hablando como Chiquito de la Calzada aunque esté pasado de moda y los miren con cara extraña. Tampoco se echan atrás si tienen que poner los puntos sobre las íes. Escuchan música y leen libros; bailan con la vida. Son Robin Hoods que juntan céntimos, Unamunos dispuestos a vivir su Fuerteventura si fuera necesario. Personas que arriesgan como la artista Marina Abramovic, que recientemente manifestaba que después de cuarenta años donde la gente pensaba que estaba loca, empezaba ahora a recibir reconocimientos, “lleva mucho tiempo que te tomen en serio” decía. Por suerte me sigo encontrando gente así en mi camino, ejemplos de que todavía hay cosas por las que luchar. Sirva este artículo para romper una lanza por aquellos que viven con la cabeza alta, mirando al frente y orgullosos de ser lo que son. ¡Bravo!

@cesarmg78