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Tres palabras – Por Luis Alemany

   

En los complejos territorios de la especulación política, la presencia (cada vez más esporádica) de la sobriedad verbal resulta sumamente gratificante, para los oyentes de a pie, como esclarecedor contrapunto sintáctico a las habituales intervenciones públicas de nuestros padres de la patria, por lo común arropadas en innecesarias, superfluas y reiterativas palabras, en muchos casos banales, cuando no confusas, contradictorias o falaces; y que conste que este elogio de la sencillez verbal lo hace alguien que -como quien esto firma- posee un estilo expresivo (o lo que sea) bastante alejado de tal elogiada sencillez, aunque también es verdad que uno -por fortuna para los contribuyentes- no es un político, de tal manera que puede elegir (con una cierta libertad) sus recursos literarios profesionales; pese a lo cual -¿o tal vez por ello?- desde esa perspectiva de la inusual sobriedad verbal de los políticos no queda más remedio que reconocer que resultó encomiable la referencia frontal que hizo Rajoy, en su comparecencia pública de esta semana, al conflictivo tesorero Luis Bárcenas, limitada a dos palabras: “Me equivoqué”. Sin embargo, no puede uno por menos de pensar que, a veces, el exceso de brevedad puede resultar peligroso, especialmente con respecto a los confusos, resbaladizos y contradictorios terrenos de las equivocaciones aludidas en esta ocasión por el presidente, porque en política éstas pueden poseer peligrosas consecuencias que -en honesta puridad- quien las comete no tiene más remedio que asumir con todos sus condicionamientos; de tal manera que posiblemente la extrema brevedad de las dos palabras del presidente Rajoy hubieran adquirido una paradójica mayor concisión añadiéndoles una tercera, que clarificara rotundamente el discurso, diciendo -en su lugar- rotundamente: “Me equivoqué: dimito”; porque todas las equivocaciones tienen un precio adecuado a su gravedad, y cuando (como ha ocurrido en este caso) esa gravedad ha sido extrema, resulta lógico que el precio que se deba pagar sea extremo también, o -cuando menos- proporcional al daño ocasionado.

Da la impresión de que (en ocasiones como ésta) la extrema brevedad parece contradecir a las Matemáticas, de tal manera que las tres palabras aquí postuladas pudieran resultar más breves que las dos que se pronunciaron, o -por lo menos- más rotundas, remitiéndonos remotamente a aquel célebre bolero de Osvaldo Farrés titulado precisamente Tres palabras, y que (si mi memoria bolerística no falla) eran curiosamente: “cuánto me gustas”; algo que cada vez parece más difícil que pueda desprenderse de cualquier declaración de Rajoy, por mucha brevedad que la acompañe.