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Ciencia para políticos y para otras especies – Por Rubén López

   

A los científicos nos consuela y agrada, ver que, una vez más (y van muchos años) la ciudadanía evalúe a sus investigadores científicos y a sus médicos de la sanidad pública con altos grados de aceptación profesional ¡Un 92%! Estos datos se encuentran en el barómetro de confianza institucional que Metroscopia publica trimestralmente bajo la supervisión del Dr. J. J. Toharia.

Los médicos tienen la oportunidad de mantener un trato más directo con sus enfermos y es por ello que los ciudadanos pueden evaluar, con más elementos de juicio, la valía y formación profesional de estos sanitarios. Por el contrario, hacer llegar al gran público los valores y las limitaciones que ofrece el trabajo de los científicos no suele ser una tarea fácil. Vale la pena, no obstante hacer un esfuerzo divulgativo sobre temas de actualidad que sirvan para complementar los encomiables esfuerzo que llevan a cabo en el bachillerato los profesores de la enseñanza pública y donde presumo que hayan recibido nuestros parlamentarios su primeras enseñanzas (algo que empiezo a dudar). Es muy grato constatar que estos esforzados docentes están, asimismo, bien reconocidos por los ciudadanos, según la encuesta de Metroscopia, con un 85% de aceptación.

Pero ocurre, y no creo que sea casual, que los tres pilares que sostienen el desarrollo de un país (sanidad, enseñanza y ciencia) sean las más afectadas por los recortes económicos que han establecido nuestros gobernantes de turno sobre el reparto del PIB. Así, la ciencia está ahora en manos de un economista. Nunca entenderé el por qué algunos de mis compañeros se alegraban, hace poco más de un año, por tener a la ciencia española junto a la economía. Los científicos solo consiguieron decir en el ministerio al que nos han adscrito aquello de “sin ciencia no hay desarrollo”. Y, luego, ni caso. Hace unos 3 años, me permitieron asistir a una clase de economía impartida dentro de un master en un elegante edificio sito en una céntrica calle de Madrid. La clase ilustraba a personas ya curtidas en el campo de la economía. Postulaban, que el mejor destino de nuestros ahorros estaba en Chile. Pregunté, ingenuamente, si no era posible seguir el ejemplo que nos dan los países mas avanzados en bienestar como son EE.UU., Alemania, Suecia y otros que dedican generosas cantidades a sus I+D+i.

La respuesta fue que ellos creían que ese problema de miseria científica ya estaba resuelto. Llegué a la conclusión de que ni saben ni les interesa pensar en los beneficios que reporta la ciencia. Nuestros ministros opinan así. No les preocupa que España siga siendo un país donde el turismo pone parches a nuestra miseria profesional. Siempre hay excepciones, y es de justicia alabar el trabajo que realizan las pymes . El resto prefiere continuar siendo “un país bananero”. Así, hace unos días, el pontavoz del PP en nuestras Cortes ha puesto la guinda que adorna la tarta de su cutre consideración hacia las ciencias. Por simple decoro parlamentario se precisa educar al Sr. Hernando para que no diga simplezas tan ordinarias como que un catedrático de Químicas no debe ganar tanto dinero como un registrador de la propiedad.

Es por eso, que es muy pedagógico citar el reciente trabajo del Dr. Klahr publicado en PNAS que cree pertinente incrementar no sólo la comunicación de la ciencia a otros profesionales de la misma sino que, además, podrían ampliar ese esfuerzo con una enseñanza destinada a políticos, economistas, banqueros, etc. y, sobre todo, a las decenas de sus silentes asesores.
La idea fundamental a propalal, como sugiere el profesor Lozano en su libro El fin de la Ciencia, sería recordarles que “los ciudadanos no pueden ejercer la democracia apropiadamente sin unos conocimientos básicos de lo que es la ciencia y la tecnología”.”Coincido con el Dr. M. Vicent que este es el único camino para alcanzar un grado de admiración ciudadana”.

Rubén López es PROFESOR EMÉRITO DEL CSIC.