Puede que sea por educación (la formal y la otra, la importante), genética o ciencia infusa pero siempre he respetado las costumbres e ideas que me son ajenas o desconocidas, al menos en un primer acercamiento desde la inegenuidad o la ignorancia. Valoro que cada uno posea en su cultura o sociedad unos modos de comportarse distintos e, incluso, contrapuestos a los mÃos. Eso de querer ir desde aquà hasta allá para imponer lo nuestro como mejor a lo de ellos siempre me ha parecido un pelÃn prepotente, incluso, en asuntos en apariencia claros en mi canon ético básico. Pero en ocasiones hay asuntos, puede que menores, a los que nos les concedo ni un ápice de esa comprensión. El toro, la arena y la sangre y todo la mitologÃa entorno al toreo reconozco que acumula, sobre todo desde el punto de vista de su imponente imagen y su absurda lucha a muerte entre un animal y un ser humano (desigual, por supuesto), cierto atractivo que ha seducido a pensadores, escritores, pintores, cineastas, etcétera. Sin embargo, sin ser tampoco nada de lo anterior, jamás acudirÃa a una corrida de toros porque considero que para mÃ, pese a todo el aura mÃstica que destila la iconografÃa de esa tradición patria, no tiene ningún atractivo ver cómo se tortura a un animal para terminar matándolo y, según haya salido mejor o peor la cosa, se le corte una o dos orejas o el rabo. El paso del tiempo y el declive entre los jóvenes de esta afición supongo y espero que hará que, como pasa en Canarias, en un futuro no muy lejano no se permita el asunto. Sin embargo, hay actividades que ni tan siquiera se merecen esa concesión de paso del tiempo que se le da -doy- al toreo. Me refiero, por ejemplo, a lo que sucedió ayer en la localidad vallisoletana de Tordesillas. El llamado Toro de la Vega es una auténtica salvajada que demuestra que al amparo de la costumbre y la tradición muchos seres humanos sigan cultivando su lado más inhumano. Ahà abandono toda pose comedida y no respeto a ninguno de esos energúmenos que ayer en Tordesillas dicen llamarse personas después de, en manada cobarde, cometer un acto de crueldad hacia un animal difÃcil de igualar.