Las instituciones, todas las instituciones, tienden a una liturgia en la que la prosopopeya y la solemnidad marquen el empaque de sus representantes. El estrado de la cátedra o de la sala de juicios, por ejemplo, es uno de esos detalles en los que los representantes de las instituciones proyectan su nada encubierta ampulosidad. Por otro lado, la liturgia es necesaria para distinguir lo corriente de lo extraordinario, motivo por el cual la inmensa mayorÃa de la gente no se casa en la escalera, vestido de cualquier manera, ni se celebra un aniversario en un rincón de una parada de metro. Las liturgias son una conquista de la civilización, la necesidad de subrayar aquello que nos parece solemne e intrÃnseco a cualquier cultura, incluso las más primitivas. El Congreso de los Diputados es una de esas instituciones que se acompañan de unas reglas ceremoniosas, puesto que viene a ser el templo de la Democracia. En ese templo, a veces, la vicepresidenta del Congreso, doña Celia Villalobos, ocupa temporalmente el sillón presidencial. Y, en esos momentos, casi siempre muestra un loable intento de quitarle engolamiento a la liturgia. Estoy convencido de que le animan buenas intenciones, quizás el deseo de quitarle vanidad a la institución, pero confieso que a mà me produce cierta extrañeza, la sensación de que el Congreso de los Diputados es sólo el marco del pleno municipal de Modorro de los Infantes, donde además de no llegar a trescientos los vecinos empadronados, se llevan entre ellos a matar. El mérito no es sólo de doña Celia. Hay meritorios deseos de ayudarla en muchos parlamentarios cuya prosodia es a Cicerón lo que el vino de tetrabrik es a un Muga crianza, y donde la argumentación presenta esa sencillez que los pedagogos gustan para las guarderÃas infantiles. Se debe reconocer que doña Celia, en esto de rebajarle Ãnfulas al Parlamento es muy difÃcil de superar. Ese desparpajo, ese lenguaje coloquial que invita a creer que los diputados están en una corrala o en un patio andaluz de los Quintero, resulta inalcanzable. Un par de meses de presidenta, y se podrÃan retransmitir los plenos por televisión y seguirse con tanta avidez como esos programas innombrables.