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me pagan por esto > Alfonso González Jerez

Empecinamiento llamado Tindaya – Alfonso González Jerez

   

A medida que pasan los años -ya son unos cuantos en la Viceconsejería de Comunicación- Martín Marrero va adquiriendo el aspecto verbal y prosódico de un quinto Hermano Marx, desconocido hasta que llegó al Gobierno autonómico y comenzó sus labores de portavoz alérgico a cualquier hermenéutica política.

Martín Marrero jamás proporciona información: solo sirve titulares premasticados. La última ocurrencia marxista de Marrero llegó hace unos días, al afirmar rotundamente, aunque su habitual expresión de tristeza somnolienta, un punto becqueriana, que el proyecto de la Montaña de Tindaya “no está en cuestión”. Han pasado cerca de veinte años de la estruendosa presentación del proyecto arquitectónico del pobre Eduardo Chillida, su expediente administrativo -incluidas sus entrañas financieras- fue sometido a una investigación parlamentaria que a punto estuvo de hundir al Gobierno autonómico y fragmentar Coalición Canaria, por la pésima gestión territorial un caballero voraz, el señor Bittini, casi logra una inmunización multimillonaria de la administración autonómica, y ahora el Tribunal Superior de Justicia de Canarias ha anulado las normas de conservación del Monumento Natural de la Montaña de Tindaya, concediendo la razón a la asociación ecologista Ben Magec.

La Comisión de Ordenación del Territorio aprobó en febrero de 2010 la reforma de las normas de conservación de Montaña Tindaya; Ben Magec consideró que se trataba de un mero maquillaje para permitir, sin más molestias ni demoras, el comienzo de las obras, y el Tribunal Superior de Justicia de Canarias ha apoyado su denuncia: la normativa aprobada hace tres años es nula y Tindaya disfruta de la condición de Bien de Interés Cultural. Si después de todo estas liviandades Martín Marrero -y el Gobierno regional-siguen insistiendo en que el proyecto de Montaña Tindaya “no está en cuestión” habrá que concluir que dicho Gobierno ha renunciado a hacer política. Porque, entre otras cosas, la política exige la toma en consideración de los efectos y dinámicas que generan las decisiones, objetivos y proyectos. Insistir invariablemente en el mismo no es, desde un punto de vista político, tenacidad o coherencia, sino testarudez. Es una lástima que la voluntad incuestionable de construir el Monumento de Montaña Tindaya no se haya aplicado, en los últimos veinte años, en impedir las perforaciones en sus inmediaciones para explotar la traquita o en evitar la destrucción y el expolio de los grabados podomorfos de incalculable valor científico.

La última estimación cifra en unos 75 millones de euros el coste del proyecto soñado por Chillida, pero Ben Magec, quizás sin exagerar demasiado, calcula que la administración autonómica ya se ha gastado en el proyecto cerca de veinte millones de euros “sin mover todavía una piedra”.

Según el nuevo modelo inversor y societario diseñado en la anterior legislatura autonómica, la mayor parte de esta aportación debe llegar de socios privados, a los que además de conceder la explotación y venta del mineral extraído, se les concedería la explotación comercial del monumento durante un plazo de veinte años. Porque se supone que el impacto económico salutífero del Monumento de Montaña Tindaya llegará a través de las externalidades positivas que generará la apertura del mismo y su eficiente explotación comercial.

Más allá de los argumentos críticos que se basan en la conservación de los valores ambientales, paisajísticos o arqueológicos de Tindaya, siempre me ha pasmado la imperturbable seguridad de sus impulsores políticos acerca, precisamente, a la capacidad del monumento de Chillida de atraer turistas, recalificar su oferta de ocio, vivificar el tejido económico de Fuerteventura.

Durante estos veinte años, ¿se ha realizado algún estudio de mercado al respecto? ¿Por qué han sido tan renuentes a entrar en semejante negocio los inversores, nacionales o extranjeros? La incorporación del monumento abierto en las entrañas de Tindaya a la oferta turística de Fuerteventura, ¿supondría un agregado importante de turistas o, simplemente, será una oferta más en el paquete de espectáculos y experiencias que se vende al visitante? Un monumento tan porfiada y atropelladamente defendido por el Gobierno autónomo y el Cabildo insular durante lustros, ¿no corre el riesgo de limitarse a una atracción como el divertido Safari Park ubicado al norte de Morro Jable, es decir, un establecimiento que no potencia la entrada de turistas, sino que se instala en la oferta existente y vive de ellos?

Fuerteventura ha padecido con aguda severidad la recesión económica de los últimos años. La pasada primavera, en el norte de la isla, se llegó a una tasa de desempleo superior al 36% de la población activa.

Y es que Fuerteventura ha sido el territorio insular donde el binomio construcción-turismo significó una transformación económica y social formidable y apenas comparable al de otras islas. Nunca podrá ni deberá renunciar a su vocación de destino turístico, pero quizás con mayor urgencia que otras islas necesita reinventarse económicamente para superar una actividad que, en la construcción y en los servicios inmobiliarios, nunca llegará s ser lo de antes.