Siempre te dijeron que el color de aquel lugar era diferente, que podrÃas escribir con luz durante incontables horas. Y asà fue. Escribiste tanto como te fue permitido. A través del visor también encontraste oscuridad, pero para ella nadie está preparado.
No hay avisos suficientes para entender la contradicción de un paÃs en el que la riqueza se pasea sin culpabilidad.
En la India las cosas no pican, arden. Arde por dentro cada ejemplo de miseria, pero también de felicidad. Aquel paÃs no conoce viajero indiferente, porque aquel paÃs que se mueve entre incoherencias y extremos. La India crea poesÃa con el caos. El desorden de sus calles provoca incertidumbre, como la vida misma. La ausencia de reglas siempre dio miedo, pero en ella los indios encuentran la libertad que les es negada en otras plazas.
Lo primero que quieres hacer al llegar a la India es irte, y lo último: irte. La vuelta al orden resulta agradable por unos dÃas; solo por unos dÃas.
Aquà el precio de las cosas no se discute, el semáforo en rojo no se ignora, el ruido cesa en algún momento del dÃa, no se mezcla lo profano con lo divino y no se va al templo a pasar la tarde.
Aquà todo es diferente, y por eso, aun con los mismos artilugios, escribir también resulta diferente.