En vida reconoció su mala fortuna y, tras su muerte, la pésima y adulterada edición de sus obras no contribuyó precisamente a resaltar y mantener la gloria que se ganó con las buenas letras, elogiadas sin reservas, por sus admiradores Lope de Vega y Cervantes y, por otra parte, el rencor de sus poderosos enemigos, y de sus émulos -desde Luis de Góngora, Ruiz de Alarcón y Pérez Montalbán- fue más fuerte y pertinaz que su mérito intelectual. Personaje infeliz, huérfano de padre y prácticamente sin familia, fue acaso el más culto y versátil de los autores del Barroco español pero, para su mal, pensaba por cuenta propia y expresaba sus opiniones con nombre y apellido o con seudónimos tan obvios que formaban parte intrínseca de sus sátiras y diatribas. Sus viajes a Italia engrandecieron sus metas estéticas y, a la vez, comprometieron su ideología hacia el pacifismo y la convivencia que, en una corte de torpes y fantoches, fue tildado de antipatriótico. Amigo de sus amigos, sirvió con lealtad a Pedro Téllez-Girón, duque de Osuna, al que acompañó en el virreinato de Nápoles y donde, además de gestionar honestamente la hacienda pública, movilizó “una corte artística de más fuste que la de Madrid”.
Autor de una denuncia de los abusos y torpezas del conde-duque de Olivares, colocado bajo la servilleta del rey en un banquete oficial, inició un itinerario de castigos y destierros por distintos lugares de Castilla hasta su forzada residencia final en la Torre de Juan Abad, predio del que era señor, cercano a Villanueva de los Infantes. Autor de un millar de poemas, agrupados El Parnaso español y Las tres musas últimas castellanas, dejó muestras de su espléndida prosa -prodigiosa utilización de la concisión y la elipsis que caracterizaron el conceptismo- en Sueños y discursos y Fantasías Morales, en la novela picaresca Historia de la vida del buscón llamado don Pablos, una veintena de obras políticas, filosóficas y ascéticas de largo alcance y una nutrida relación de sátiras sobre los vicios de la corte y sus vasallos, defectos de los falsos sabios y los presuntuosos y obras escatológicas -Gracias y desgracias del ojo del culo, por ejemplo- que, como era previsible, sostuvieron su fama entre las clases populares, lo convirtieron en protagonista de chistes graciosos y groseros y suscitaron la admiración de personajes tan notables como el Nobel Cela y el mejor poeta satírico del siglo XX español, nuestro paisano Domingo Acosta Guión. Pero esos serán argumentos para otros días; hoy toca recordar el nacimiento de un español medular, crítico y a la vez patriota: Francisco de Quevedo y Villegas (en 1580-1645).
