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Madrid tercera – Por Juan Hernández Bravo de Laguna

   

Hace algún tiempo, una serie de circunstancias casuales e imponderables hicieron que, en un viaje de trabajo, llegara a Madrid de forma absolutamente imprevista y tuviera que pasar la noche en la capital sin tener una reserva hotelera. Era un día laborable en mitad de semana, no se celebraba ninguna festividad ni tampoco había anunciado ningún acontecimiento importante. Contacté con docenas de hoteles de todas las categorías, que, incluso, me hacían el favor de consultar con otros establecimientos de sus respectivas cadenas, y ni en Madrid ni en su extrarradio fue posible conseguir una habitación. Y menos mal que pude terminar la aventura no en la calle, sino en casa de unos amigos que me brindaron su amable y generosa hospitalidad.

Fue una simple anécdota y pudo ser una casualidad. Y supongo que ningún miembro del Comité Olímpico Internacional ha tenido una experiencia semejante en la capital española. Pero es evidente que Madrid ha afrontado tres candidaturas a los Juegos Olímpicos con una planta hotelera envejecida y notablemente insuficiente. Y, desde luego, a mucha distancia de las dotaciones hoteleras de Estambul y no digamos de Tokio.

En otra ocasión, cometí el error de viajar a Madrid un domingo porque el lunes a primera hora tenía una actividad. Un eficiente taxista me trajo desde Barajas y me advirtió que íbamos a tener problemas para llegar al hotel. Y así fue. Todos los domingos Madrid es tomado por hordas de manifestantes que paralizan la ciudad e impiden el tráfico. Cuando no son los mineros son los agricultores, y cuando no, los sindicatos o indignados varios. La capital se convierte en una zona sitiada, y la policía local se limita a vallar los accesos y no dejarte pasar. En este caso ocurrió lo mismo: desde Moncloa al Retiro era imposible circular. Por calles inverosímiles, con la mejor voluntad y alguna discusión con policías altaneros no dispuestos a ayudar, el taxista me acercó todo lo que fue posible, pero no pudo evitar que tuviera que hacer una larga caminata con mi equipaje, y encima esquivando grupos de pancarteros enfurecidos.

¿Ha influido algo de esto en la tercera derrota olímpica de Madrid en su pretensión de organizar unos Juegos? Hace varias semanas advertíamos que los reparos a la candidatura madrileña se centraban hasta ese momento en la situación del dopaje en el deporte español, en especial en el atletismo y, sobre todo, en el ciclismo; en la deficiente legislación española para su control, corregida en los últimos tiempos; y también, cómo no, en las graves dificultades económicas que atravesamos. Y añadíamos que en el mes de agosto se podían unir a estos reparos la debilidad y el cuestionamiento del Gobierno español producidos por el caso Bárcenas, y la supuesta insuficiente seguridad en nuestras infraestructuras de transporte ferroviario y, en particular, de la alta velocidad española, discutida a raíz del accidente de Santiago de Compostela.

Entre la corrupción, el descrédito del Gobierno y de la Corona, la crisis y el paro, e incluso el dopaje deportivo, que tenemos fama de consentir, la llamada marca España atraviesa por muy notables dificultades internacionales. Y se trata de problemas con una estrecha relación entre sí. Sin ir más lejos, la superación de la crisis depende de nuestra capacidad para despertar confianza y proyectar una imagen internacional limpia, eficiente y diferenciada. Al margen de compromisos políticos y hasta de compra de votos, los miembros del Comité Olímpico Internacional no viven en la inopia, y han preferido la pujanza económica, la eficiencia, la honestidad y la limpieza niponas (esos taxis impolutos con taxistas uniformados y con guantes blancos), a pesar de la leve sombra nuclear de Fukushima. Y pese al genocidio armenio, al problema kurdo, al islamismo rampante y a la guerra en su frontera sur, Estambul representa la economía en desarrollo creciente de Turquía, que ha suscitado más confianza que Madrid. Y eso que es una ciudad sacudida también por frecuentes y violentas manifestaciones. Igual ocurrió con la elección de Río de Janeiro para los Juegos de 2016, en representación de la buena salud económica de Brasil.

Lo de no hay dos sin tres ha resultado ser más cierto que lo de a la tercera va la vencida. La cultura española es una cultura ciclotímica o de péndulo, que transita de la euforia a la depresión sin solución de continuidad, como ha ocurrido en esta ocasión. El golpe ha sido mayor porque políticos y periodistas irresponsables habían creado falsas expectativas y nos habían vendido que lo de Madrid estaba hecho, cuando, por ejemplo, las mejores casas de apuestas de todo el mundo nos indicaban claramente que la ciudad favorita con diferencia era la capital de Japón. Somos también una cultura que tiende a despreciar al otro y al contrario. Y así, lo que más parece haber dolido es quedar terceros, por debajo de una candidatura, la turca, a la que todos miraban por encima del hombro.
Era el quinto intento de Estambul y en eso no debemos imitarlos. En 2024 las candidaturas de París o Berlín serán imbatibles. Y ya nos hemos gastado cien millones de euros en nuestros frustrados intentos. Por una vez, deberíamos dejar de fabricar humo y ponernos a trabajar en serio para sacar a este país de la ruina.