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Montse Aguer – Por Luis Ortega

   

El Museo Reina Sofía superó todas sus marcas y, pese al calado y gravedad de la crisis que afecta al conjunto de la sociedad y, de modo especial, a la cultura en todas sus manifestaciones, alcanzó la cifra récord de setecientas treinta mil personas en los cuatro meses que permaneció abierta la exposición Dalí. Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas. A setenta años de pronunciada, su atrevida afirmación -“La única forma de interesar a la gente es provocarla”- conserva plena vigencia y sus singularidades mantienen fidelidades viejas y ganan nuevos espectadores que le aseguran, al margen de su calidad objetiva y prodigiosa técnica, su carácter icónico en este nuevo y duro siglo XXI. Dentro del interés selectivo -historiadores, críticos, coleccionistas, espectadores cultos- que suscitan las vanguardias históricas, Dalí es hoy, como ayer y como mañana, una excepción porque, como de rondón, ha colado sus fabulaciones en los gustos actuales y, con siete mil visitantes diarios y colas de seis horas en el tramo final, en la muestra madrileña destacó sobremanera la mayoritaria presencia de jóvenes que, solos o en grupo, disfrutaron de los asombros del genio de Figueres y comentaron en su jerga la identidad con su subversión sin tiempo. “La mayor desgracia de la juventud actual es ya no pertenecer a ella” repetiría alborozado ante sus colosales triunfos póstumos con este segmento de la población. La cooperación del Reina Sofía, el Centre Pompidou de París y el Salvador Dalí Museum de Saint Petersburg de Florida y el eficaz comisariado de Montse Aguer permitieron contemplar, por primera vez en España, La tentación de San Antonio, La persistencia de la memoria, del MOMA neoyorkino, La construcción blanda de judías hervidas -premonición de la Guerra Civil firmado en los primeros meses de 1936- de la Tate Modern, y la Metamorfosis de Narciso, de los Musées Royaux des Beaux-Arts de Bélgica. En las selectas telas, que volvieron hace semanas a sus lugares de procedencia, se ejemplifica la posición daliniana ante el arte, el protagonismo determinante del creador, su jerarquía sobre las coordenadas sociales y políticas y su rechazo a cualquier distracción más allá del asunto abordado, y del precio del trabajo, añadimos nosotros en el recuerdo de su vicio más denostado. “El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar pacientemente una pera rodeado de los tumultos de la historia”. El actuó así siempre.