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La muerte de Asunta – Por Fermín Bocos

   

Las muertes que más conmocionan no son siempre las más repentinas, sino, a menudo, aquellas que se sospecha que podrían haberse evitado. En la de Asunta Basterra, la niña asesinada en Santiago, abundan los ingredientes que alimentan y multiplican la turbación, pero el de la desatendida previsibilidad extiende la sombra de dicha muerte, siquiera en un ínfimo grado, más allá de la que concierne al brazo o a los brazos ejecutores de la misma. Es verdad que el dinero y sus mefíticos anexos de codicia, herencias, deshumanización y locura, parecen hallarse en el origen del crimen de esta niña, pero no lo es menos que hace poco más de dos meses, el 16 de julio, Asunta Basterra manifestó a dos profesoras de música que su madre, imputada como autora de su muerte, quería matarla, y que sólo cuando las maestras supieron del trágico fin de la muchacha china acudieron a comisaría para contarlo.

En el blog que la niña abrió pocos días después del súbito fallecimiento del abuelo, contaba la historia, ambientada en el parque al frecuentemente la llevaba, de un hombre y una mujer con un único hijo que habían sido asesinados: primero ella, y luego él al intentar descubrir al asesino. Asunta Basterra era un portento de criatura, una superdotada, y también, cómo no, en el ámbito de la fantasía, pero cuando el 16 de julio llegó tambaleante y drogada a su clase de música, y contó a sus profesoras que su madre la atiborraba a fármacos y que quería matarla, es probable que no estuviera transitando por este, sino por el de la realidad, como, por lo demás, parecía acreditar su lamentable estado. Las profesoras, sabiéndola asmática, lo atribuyeron a alguna medicación relativa a su dolencia.

Menos Asunta, que ya no está entre nosotros por el depravado designio de manos criminales, en este caso hay de todo: graves patologías ocultas bajo la pátina de familia bien, viejos testamentos seguramente modificados después, adopción de moda (todos habríamos adoptado a todos los niños de aquél documental sobre los espantosos orfanatos chinos), envidia destructora del encanto y la excelencia (entre Rosario Porto y Asunta, años luz), un sindicalista procesado por explotación laboral, inmuebles, deudas, mediocridad profesional ligada a grandes pretensiones, muertes sospechosas y nunca esclarecidas… Menos Asunta, pobre niña, de todo hay. Hasta la duda de si su muerte podría haberse evitado.